in Cuadernos de Historia
La filosofía de la historia después de Hayden White. Acontecimiento, narrativismo, sublime histórico
Resumen:
Las interpretaciones contemporáneas de la filosofía de la historia narrativista han descuidado, en sus refiguraciones de la obra de Hayden White, aquellos textos que elaboran con mayor énfasis y detenimiento una lectura traumática del narrativismo. Lectura que no es posible sin una consideración detenida del lugar que ocupa la noción de acontecimiento (event) en la filosofía de la historia whiteana. Teniendo en cuenta las lecturas actuales del narrativismo desarrolladas en lengua inglesa, así como la labor de traducción de la obra de White al castellano, el artículo se propone enunciar el lugar que el acontecimiento tendría en un trabajo de refiguración de la obra de White capaz de dialogar con las catástrofes contemporáneas y con las filosofías que en la actualidad buscan una salida a las teorías del sujeto.
Introducción. El futuro de la filosofía de la historia
Tras la muerte del filósofo estadounidense Hayden White, en marzo del año 2018, circuló con insistencia la pregunta de si una época de la filosofía de la historia había llegado a su término, al menos de aquella identificada con el narrativismo 1 . Y, en efecto, en el ámbito de la filosofía de la historia angloamericana, la controvertida figura de Hayden White pareció dominar sin contrapesos la disciplina por cerca de cincuenta años. Desde la publicación de Metahistory (1973) hasta The Practical Past (2014), la investigación whiteana se impuso ampliamente en las discusiones filosóficas sobre la figuración histórica o sobre la naturaleza del pasado. De un modo más preciso, podría advertirse que la perspectiva analítica de la filosofía del lenguaje, que durante los años cincuenta y sesenta estuvo dominada por preocupaciones de orden epistemológico, se vio conmovida de un modo radical tras la publicación de Metahistory. El desplazamiento de perspectiva en el análisis de la narración histórica, que abandona la pregunta por la identificación de las estructuras atómicas de significación del lenguaje para centrar el examen en lo que Frank Ankersmit identificó como la “sustancia narrativa” del texto histórico, pone en el centro de la discusión filosófica el problema de la figuración en el discurso historiográfico.
Sin embargo, y a pesar de los esfuerzos sostenidos de Hayden White por desplazar la problemática epistemológica y ontológica del análisis histórico, habría que advertir que las discusiones contemporáneas en torno al denominado “narrativismo” persisten en retornar a un análisis epistemológico de la representación histórica. Así, la cuestión de cómo los relatos del mundo y, en especial, del ya ausente mundo del pasado, pueden ser “verdaderos”, “representativos” o “auténticos”, se impone sobre aquella otra que se interroga en último término por el lugar de la figuración en la escritura de la historia. Esta discusión en torno a los límites y posibilidades de la representación histórica reintroduce de un modo renovado problemas y preguntas propias de la epistemología, una disciplina que desde los análisis de Quine, Davidson o Rorty se creía perimida. En otras palabras, el retorno de la epistemología en los recientes análisis del narrativismo activa por otros medios una indagación que busca correlacionar “estados del mundo” con “descripciones de estados del mundo”. En términos más afines a la descripción que ofrece Kalle Pihlainen del problema en el ámbito de la filosofía de la historia, se diría que la proposición correlacionista que interroga si las estructuras de significación de la narración histórica se corresponden realmente con las estructuras de significación que se encuentran en la realidad 2 , sigue siendo la preocupación dominante en las discusiones actuales del narrativismo. Esta indagatoria, que en términos generales constituye el programa básico de la epistemología, y que inquiere sobre qué tipo de enunciados verdaderos se encuentran en relación representacional con elementos no lingüísticos, introduce en la discusión narrativista cuestiones propias del debate antirrepresentacionalista de fines del siglo pasado. Y, más ampliamente, reconduce la escena narrativista contemporánea a un momento “postextual” o “posposmoderno” del narrativismo que encuentra puntos de contacto con el giro ontológico en curso descrito en filosofías como las de Graham Harman, Quentin Meillassoux, Markus Gabriel o Maurizio Ferraris.
En este sentido, la insistencia con que Frank Ankersmit interroga el trabajo de Hayden White desde una perspectiva de análisis que busca reinscribirlo en un orden de preocupaciones afines a la tradición filosófica continental, nosolo es indicativa de los desplazamientos y rupturas que pueden advertirse en la propia obra de Ankersmit 3 , sino que, además, es indicativa de un deseo de volver a llevar el narrativismo a la normalidad de una situación filosófica conocida, esto es, a un orden de problemas que encuentran en los intentos presentes de rehabilitación de la ontología y la metafísica su lugar más propio de reconocimiento. La misma descripción de la obra de White como un “nuevo neokantismo” es un modo de leer la filosofía de la historia whiteana en tanto filosofía inscrita en un determinado horizonte de época, de situarla al interior de un orden de problemas que hoy se intentan desplazar 4 . Este ejercicio de redescripción e inscripción, de relectura de la filosofía de White en vistas a observar en ella elementos propios a una escena de disputas filosóficas que no abandona la pregunta por la historia, por la experiencia y el ser histórico, al mismo tiempo que observa en la preocupación por el conocimiento histórico, por los límites y posibilidades de la representación histórica, una motivación central a un horizonte filosófico neo-kantiano, es un ejercicio que se propone pensar con White y sin él el futuro de la filosofía de la historia. Pensar, en otras palabras, la posibilidad de una escena postextual de la teoría, pensar un pasaje posposmoderno de la disciplina, donde tras un necesario balance metodológico 5 se retomen las preocupaciones epistemológicas y ontológicas olvidadas sobre la naturaleza del mundo histórico, y a la vez se insista nuevamente en las perspectivas éticas abandonadas por los enfoques posestructuralistas dominantes que reclamaban para sí la “muerte del sujeto” y el “fin de la historia”.
Parafraseando la descripción que diera Richard Rorty de la escena de disputas filosóficas que ocupó la imaginación inglesa de fines del siglo veinte, se diría que la filosofía angloamericana está condenada a comenzar el nuevo siglo discutiendo los mismos temas que discutía a comienzos del siglo pasado. Esta descripción es verosímil, a condición de observar que si bien tras el giro lingüístico el lenguaje ha sustituido a la mente como aquello que, supuestamente, está frente a la “realidad”, este mismo desplazamiento, en tanto parece señalar un agotamiento de la problemática epistemológica, y abrir, en consecuencia, un orizonte posmetafísico –tal y como se aventuraron a diagnosticar a fines de los años ochenta Jürgen Habermas y Richard Rorty– ha terminado por conducir, por el contrario, a una rehabilitación de las figuras del retorno de la ontología y de la metafísica en la filosofía contemporánea. Aquella vieja imagen de la que estuvo cautivo Wittgenstein al momento de escribir el Tractatus logicophilosophicus (1921) vuelve a dominar la vida de la imaginación posnarrativa. Imagen que subyace a todo realismo y que Michael Dummett sintetizó hace ya más de cuatro décadas en la siguiente definición: “entiendo por realismo la creencia en que los enunciados de la clase en disputa poseen un valor de verdad objetivo [objective thruth-value], independientemente [independently] de nuestros medios de conocerlo: son verdaderos o falsos en virtud de una realidad que existe independientemente [independently] de nosotros” 6 . Esta imagen, que advierte de la necesidad de una teoría que empieza por especificar qué fragmentos de lenguaje enlazan con qué fragmentos de la realidad, vuelve, sin embargo, alterada, desplazada del marco de pensamiento en que ella se presentó en la tradición filosófica legada por la modernidad. En efecto, la vuelta del realismo, de aquello que se presenta hoy como “nuevo realismo”, se da a condición de interrumpir el pensamiento de la relación que dominaba toda indagatoria sobre una subjetividad que se enfrentaba al mundo, que hacía del mundo el modo por excelencia de la relación. En palabras de Quentin Meillassoux, “la idea según la cual no tenemos acceso más que a la correlación entre pensamiento y ser, y nunca a algo de estos términos tomados aisladamente”, es lo que define al “correlacionismo”, a la suposición de que lo que existe es un correlato del pensamiento 7 . Esta tesis, que altera las figuras del retorno y del giro, que hace de estas figuras figuraciones extrañas e irreconocibles a la imaginación filosófica del siglo veinte, es el emblema de una posición radical, de un realismo que se presenta a sí mismo como saber absoluto de lo real, que reclama para sí un pensamiento del ser, y del ser histórico, en tanto esencia de lo que se da o manifiesta en cada caso.
Bajo la Stimmung que parece dictar la aparición de estas figuras familiares e infamiliares del retorno de la ontología, es que se discute actualmente el futuro de la filosofía de la historia, el futuro o el porvenir de una filosofía de la historia elaborada bajo el signo del narrativismo.
Ahora bien, si Hayden White “ha dominado el debate de la filosofía de la historia de las últimas décadas”, si “la filosofía de la historia contemporánea es principalmente lo que White ha hecho de ella” 8 , la pregunta acerca del futuro de la filosofía de la historia es, esencialmente, la pregunta acerca de cómo traducir a White al futuro, de cómo afirmar su legado en un contexto posnarrativista. Esta afirmación se encuentra en las lecturas más recientes de la filosofía de la historia en lengua inglesa. La encontramos en las recapitulaciones del trabajo de White por parte de filósofos americanos y europeos de generaciones tan diversas como las que representan Hans Kellner, Nancy Partner, Frank Ankersmit, Kalle Pihlainen, Herman Paul, Jouni-Matti Kuukkanen y Ethan Kleanberg.
Sin duda, las principales relecturas en curso de la tradición narrativista están relacionadas con la epistemología y con la ética. Así, por ejemplo, la reciente reconstrucción del narrativismo ofrecida por Kalle Pihlainen bajo el término de “constructivismo narrativo” (narrative constructivism) busca reconducir el narrativismo whiteano hacia una política de la representación histórica que no desatienda los problemas propios del realismo, sino que los retraduzca a partir de una compleja construcción de sentido de raíz ético-política 9 . En efecto, The Work of History (2017), se presenta no solo como la defensa de una causa considerada passé, como un llamado de alerta a no olvidar una lección estimada valiosa, sino que, además, en tanto una versión del narrativismo reelaborada en términos constructivistas, The Work of History puede ser leída como una justificación de la obra de historia que se esfuerza en afirmar el carácter oposicional o de resistencia ínsito en las prácticas historiográficas de raíz narrativista. Esta defensa, este intento de fundamentar el hacer histórico del narrativismo en una estrategia ético-política, que parece descansar, sin embargo, en las figuras subjetivas de la autoría y la lectoría. Figuras de una relación que configura el texto histórico a partir de “preferencias subjetivas”, que aprehende la experimentación histórica y las formas alternativas de representación como el resultado de “puntos de vista subjetivos y provisionales” 10 . Esta justificación de las narraciones historiográficas tiene por objetivo desplazar del centro de las discusiones de la disciplina aquellas querellas que se identifican con el realismo y la epistemología, con la intención de poner en su lugar un análisis de las disputas de las narrativas históricas elaborado en términos estéticos y éticos. El desplazamiento del debate epistemológico del centro de la escena narrativista permite así introducir cuestiones propias a la consciencia y la decisión individual, cuestiones que ponen en el centro el problema de la decisión y la responsabilidad, que dan al autor la responsabilidad de la representación, al mismo tiempo que advierten de la función estética del texto histórico, en tanto se observa en los propios modos modernistas de representación un reclamo que alerta sobre el hecho de que la escritura “debiese resonar con los gustos de los lectores para ser significativa” 11 11. Como advierte el propio Pihlainen, “mientras más evidente se vuelve la calidad de constructo [constructedness] de los sentidos, más se destaca también la dimensión de responsabilidad por las consecuencias de las narraciones históricas, y esto desplaza la discusión alo ético-político” 12 .
Si bien la discusión epistemológica es desplazada en la argumentación de The Work of History, es posible advertir que este desplazamiento se da a partir de una declaración que presenta al constructivismo narrativo como una posición “inextricablemente ligada al compromiso genérico de la disciplina con la referencia”. “El constructivismo decididamente no es una posición antirrealista” 13 . Prima facie, este compromiso con el realismo no disputa el concepto de historia elaborado a partir de las tesis referencialistas, no interroga con detenimiento la noción de realidad que se prefigura en posiciones epistemológicas que dan por supuesto una lógica de eslabonamiento subyacente a las nociones de responsabilidad, decisión individual, preferencia subjetiva, autoría y representación. De igual modo, el uso precrítico de la noción de ideología, que se esboza en continuidad metonímica con las nociones de política y estética, en un juego doble de actividad y pasividad donde la figura del autor encarnada en la lectoría vendría a garantizar la posibilidad de una comunidad de sentido, terminaría por privar al constructivismo narrativo de un trabajo de elaboración de la representación, donde esta se enseñe expuesta al traumatismo del acontecimiento, a aquella imposibilidad de representación que Hayden White identificó en la noción de acontecimiento modernista [modernist event]. Releídas desde una lógica del acontecimiento, las narraciones no siempre son el resultado de decisiones subjetivas, y la política de la representación histórica no siempre se organiza a partir de un sensible fundado en la comunidad de las formas.
El giro al realismo en la discusión contemporánea, el deseo de pasaje a una filosofía de la historia posnarrativista 14 , vuelven defensivas posiciones como las sostenidas por el constructivismo narrativo de Kalle Pihlainen. Pues, estas posiciones parecieran sustentarse a partir de una especie de mediación imposible establecida con enunciados representacionales propios del “nuevo realismo”, de las filosofías de la “presencia” o de las “ontologías orientadas a objeto”. Si bien, como ha advertido Herman Paul, la descripción de la filosofía whiteana como narrativista “no es del todo afortunada” 15 , lo cierto es que White personifica, para bien o para mal, en el ámbito de la filosofía de la historia, la principal figura del “narrativismo”. Pero, cabe interrogar, con una insistencia en la que destella acaso la punta de un síntoma, a qué se refieren críticos y defensores con la expresión “narrativismo”. Una definición esquemática observaría que bajo el término o denominación se encuentra simplemente la afirmación de que el sentido es una construcción, una muy amplia figuración y presentación de los hechos históricos, donde la atención crítica está centrada en la narración y en el complejo proceso de narrativización 16 . Esta definición, traduce, pero no define, el narrativismo. En su declaración afirma un paso del narrativismo al constructivismo, un paso que no hace más que poner una palabra en lugar de otra, convirtiendo la definición de narrativismo en el tartamudeo repetitivo de una tautología que gira en torno al sentido. Este desplazamiento insiste en definir la narrativa como un constructivismo de las interpretaciones del pasado, en donde la construcción del sentido, su configuración, no tiene por objeto lo que pudo haber sido, sino la lucha de interpretaciones por el sentido. La fenomenalidad de la referencia se confunde de este modo con la función figural del lenguaje.
Otra manera de abordar el narrativismo, más allá de inscripciones contextuales que lo delimitan bajo los términos de “giro lingüístico” o “poéticas del postmodernismo”, es advertir en la etiqueta académica un nombre que da cuenta de la “aventura estructuralista” de White. Esta posición es común a las interpretaciones de Robert Doran y Herman Paul. Interpretaciones que parecen coincidir en describir esta aventura estructuralista bajo los signos de un humanismo existencial que encontraría en Vico una de sus fuentes primeras. Leída desde esta perspectiva, la filosofía de la historia whiteana sería una filosofía de la libertad, de la voluntad y del individuo.
Las fuertes discrepancias de White con la deconstrucción, explicitadas tempranamente por Dominick LaCapra en su comentario a Tropics of Discourse (1978), sin duda son un índice de referencia de la singular traducción whiteana del estructuralismo en el orden de la filosofía de la historia angloamericana 17 . Esta traducción podría ser presentada como una elaborada articulación de un sentido común liberal de valencias anarquizantes con una problemática del signo o de la representación de raíz estructuralista. Esta construcción filosófica, presente con mayor o menor énfasis en los textos de White, daría lugar a una insistencia de lectura, a una particular declinación en el análisis que circunscribiría el porvenir de Hayden White y, por ende, el porvenir de la filosofía narrativista de la historia, a una estructura de interpretación limitada por la problemática del sujeto y de la historia. En otras palabras, la cuestión de la historia, de la referencia, de la “realidad del pasado”, retornaría como una preocupación ontológica (la del ser histórico) asociada, abierta o discretamente, con otra de orden epistemológico, que tendría en la categoría de sujeto, o en la naturaleza de la acción histórica, su remisión cardinal. Jugando un poco con las palabras, y con lo que se dispone en ellas como cuestión disputada, se diría que la potencial tartamudez inscrita en la aprehensión constructivista del narrativismo es la conclusión necesaria que se puede extraer de la dimensión figural del lenguaje, de lo que se denomina texto, y en un sentido más amplio lenguaje histórico, y de los intentos de controlar la función referencial propia del movimiento tropológico de la narración, de su carácter metafórico. Así, las menciones al retorno, a la vuelta, no solo serían el verdadero soporte de la función referencial, sino que además expondrían en su misma insistencia, en su compulsiva repetición, un deseo de control, de propiedad, de restitución, de la responsabilidad tropológica que tendría en el sujeto y en una “teoría de la facultad de la voluntad” sus dos fuentes principales 18 . No es casual, por ello, que esta interpretación del narrativismo, esta particular traducción constructivista de la problemática narrativa descanse en una injustificada confianza en la estabilidad de la categoría de lo estético. Confianza acrítica que parece depender de una evasión u omisión de factores y funciones del lenguaje que se resisten a ser fenomenalizados y que, por ello, invalidan cualquier elevación o sublimación de los textos al estatus de “objetos estéticos” que permitirían una cognición adecuada de ellos.
Pero, cómo leer esta insistencia de lectura en la obra de White, sin advertir, al mismo tiempo, que ella neutraliza otras posibles versiones del narrativismo y de la filosofía de la historia. Y, por sobre todo, cómo insistir en una filosofía de la historia construida a partir de la problemática del sujeto en un momento en que las filosofías del sujeto están siendo fuertemente cuestionadas a propósito de problemáticas asociadas al Antropoceno, el cambio climático y las teorías de la extinción. Problemáticas que obligan a leer de otro modo la cuestión del acontecimiento, que obligan a volver una vez más sobre los problemas de escala de la narración historiográfica y, de un modo más preciso, que vuelven imperativa la interrogación del lugar que ocupa el acontecimiento en la narración histórica, su valor de significación o asignificación en una estructura de significación.
Si la “refiguración” constructivista de Hayden White se inscribe en ese cruce de coordenadas abierto por la intersección de estructuralismo, liberalismo anarquizante y humanismo, lo hace al precio de una denegación de la problemática del acontecimiento en el orden de la narrativa. Esta denegación permite comprender los énfasis y las derivas presentes en muchos de los comentadores recientes de la obra de White. Si Ethan Kleinberg piensa que es posible reconciliar la filosofía de la historia whiteana con la deconstrucción 19 , si Kalle Pihlainen observa la necesidad de reconstruir la problemática whiteana de la representación a partir de una convergencia entre epistemología e interpretación ético-política, si Herman Paul reconoce que en “el corazón de la filosofía de la historia de White” se haya un intento existencial de poner los estudios históricos al servicio de “la autodeterminación humana” 20 , es porque en todas estas lecturas el “recorrido estructuralista” whiteano es aprehendido a partir de la vindicación de un humanismo existencialista de corte liberal anarquizante que sustituye la problemática del “acontecimiento” por la del sujeto, la voluntad y la responsabilidad. En su insistencia, podría decirse, despunta un deseo de revuelta del sujeto contra el acontecimiento.
Advirtiendo la prudencia que se ha de tener ante estas etiquetas, que tienden a presentar la obra whiteana de un modo homogéneo, animada por un espíritu de sistema, por un afán de coherencia posible de aprender filosóficamente, cabría proponer otra lectura de la filosofía de la historia narrativista, una lectura que evitara leer el texto whiteano de un modo sistemático, que se esforzara en poner énfasis en algunas proposiciones habitualmente desatendidas por las interpretaciones dominantes del narrativismo, que reinscribiera esas mismas proposiciones en los debates teóricos contemporáneos, revisando las referencias habituales con otro énfasis, a la luz de otras disputas y querellas. En este sentido, y como paso previo a un trabajo de reelaboración de la herencia whiteana, no habría que desatender, de igual modo, el lugar y las reformulaciones que estas disputas y querellas han tenido en las discusiones latinoamericanas de la filosofía de la historia. Así, en principio, habría que reconocer los modos a través de los cuales la figura de White viene a cumplirse en contextos y debates tan relevantes para la discusión castellana, como el representado por una escena argentina de traducción y comentario. De esta escena cabe retener un énfasis de lectura, una inflexión, una declinación en el modo de interrogar la obra whiteana. Interrogación que, en su misma insistencia, en las figuras de la desaparición que la acechan sin descanso, da lugar a una aproximación política a la filosofía de la historia narrativista.
Esta otra lectura apenas anunciada, atravesada por un tartamudeo que pareciera no ser ya el de una filosofía del sujeto o de la voluntad, es la de una refiguración de Hayden White que se esfuerza por reelaborar el narrativismo a partir de su encuentro traumático con lo real del acontecimiento. Sin discutir los trabajos llevados adelante por Verónica Tozzi, María Inés La Greca, Nicolás Lavagnino, Natalia Taccetta o María Inés Mudrovic, cabría detenerse en aquello que pone ante la vista la labor de traducción de la obra de White en Argentina. No para señalar una corrección, para indicar un error de lectura, sino para advertir en esa labor de traslación la práctica de un paso que hace de la voz inglesa “event”, y de los giros, traslapes y remisiones de este vocablo a otras lenguas y tradiciones filosóficas (como lo indican sus inmediatas remisiones a palabras como “evenire” [latín], “événement” [francés], “Ereignis” [alemán]), el punto de condensación de un vocablo intraducible, perdido en el paso de una lengua a otra, en la transmisión de una tradición filosófica a otra. En efecto, cuando se piensa en expresiones whiteanas como “event”, “historical event”, “modernist event” o “real event” se piensa a la vez de lo intraducible, de las aporías, de la indecidibilidad que cargan estas expresiones en castellano. ¿Se deben traducir estas expresiones bajo la lógica de una filosofía del acontecimiento? ¿Se debe verter expresiones como “historical event” o “modernist event” en enunciados del tipo “evento histórico” o “evento modernista”? O, por el contrario, ¿se debe preferir la voz acontecimiento cada vez que se traduzcan estas expresiones al castellano, de manera que cuando se lea o escuche la palabra inglesa “event” se lea y escuche en la lengua en traducción la voz “acontecimiento”? ¿Es importante interrogarse sobre el trabajo de traducción puesto en acto en cada una de estas expresiones? ¿La materialidad del significante, la misma naturaleza figural de la lengua, acaso no se deja ya tocar en estos problemas traductivos? Más allá de estas preguntas, más allá o más acá de la sintomatología que pueda revelar esta obsesión por la materialidad de la letra, es necesario reconocer una práctica de la sinonimia actuando en el paso de las lenguas, una práctica que no solo contamina y parasita los términos de referencia puestos en juego en la tarea traductiva, sino que además afecta la referencia misma que, de un modo u otro, las lenguas enseñan y señalan en traducción intralingüística e interlingüística. Ya se habrá advertido, el problema traductivo, el señalamiento de un intraducible en traducción pone en el centro de la discusión narrativista los modos a partir de los cuales se figura y refigura la obra de Hayden White, y el futuro o porvenir de una filosofía de la historia narrativista en el momento de su declinación posposmoderna o posnarrativista.
Perdidos en la traducción
Event es una especie de palabra filosófica intraducible, el síntoma de un tartamudeo al momento de pensar políticamente la obra de White. Que este síntoma dé lugar a otro orden de lectura, que en el fracaso de la tarea de traducir se visibilice un vacío de interpretación, un blanco sobre blanco en el texto whiteano, es cifra de un modo de leer la obra de White que en su misma ceguera e iluminación da a ver una filosofía del “acontecimiento” en el centro de la filosofía de la historia narrativista. Richard Vann señaló hace ya casi veinticinco años que del instrumental conceptual elaborado en libros como Metahistory (1973), Tropics of Discourse (1987) o The Content of the Form (1987), el término “event” era el que menos atención había recibido por la crítica europea y angloamericana 21 . Esta observación ha mantenido su validez, pese a la multiplicación de la palabra en la conceptualización whiteana de las dos últimas décadas del siglo pasado, décadas en la que dicha conceptualización ha debido enfrentar el desafío de la “verdad histórica” de un siglo de catástrofes. Así, observamos una proliferación de referencias a la palabra “event” en ensayos reunidos y publicados en Figural Realism (1999), The Fiction of Narrative (2010) y The Practical Past (2014). Son de notable interés, sin duda, los ensayos “The Politics of Historical Representation” (1982), “Historical Emplotment and the Problem of Truth in Historical Representation” (1992), “The Modernist Event” (1996) y “The Historical Event” (2008). Notables porque ahí se configura una teoría del acontecimiento de amplios alcances para el narrativismo. Teoría que no solo supone un desplazamiento en la teorización whiteana del “event”, una reformulación del término lo suficientemente amplia como para dar lugar tanto a una distinción entre acontecimientos reales (real events), acontecimiento histórico (historical event) y acontecimiento modernista (modernist event), como para reorganizar una definición del narrativismo capaz de dar cuenta de lo real traumático y del trabajo de su simbolización.
Antes de esbozar el modo de eslabonamiento de estos conceptos, antes de indicar los efectos que un pensamiento del acontecimiento tiene en la filosofía de la historia narrativista, conviene detenerse, al menos un momento, en los problemas de pasaje que la voz “event” introduce en la lengua castellana en tanto palabra intraducible, en tanto diferendo en la traducción que da lugar a un traumatismo en el orden de la lengua y de la historia. Habría que observar, en primer lugar, que la voz “acontecimiento” es de reciente data en el orden filosófico castellano. Una consulta al Diccionario de filosofía de José Ferrater Mora, a su sexta edición publicada en Madrid en 1979 (edición que supone una puesta al día respecto de la primera edición de 1965), advierte de la inexistencia de la entrada “acontecimiento” en su primer volumen. De igual manera, no se encuentra en el índice del segundo volumen del Diccionario la entrada “evento”. Una nueva consulta, esta vez del Vocabulaire européen des philosophies: Dictionnaire des intraduisibles (2004), obra monumental editada bajo la dirección de Barbara Cassin, y de la traducción inglesa de la misma, dada a luz con el título de Dictionary of Untraslatables: A Philosophical Lexicon (2014), al cuidado de edición de Emily Apter, Jacques Lezra y Michael Wood, notifica que la entrada francesa para “Événement” es traducida en la edición inglesa del Vocabulaire por “Event”. La entrada, en sí, es insustancial, aun cuando reenvía al alemán “Ereignis” y a la manera en que Martin Heidegger se sirve de la palabra. Siguiendo el análisis de la lengua que permite el examen etimológico, se observa, en cambio, que en castellano el vocablo “evento” no se encuentra registrado en el Diccionario crítico etimológico de la lengua castellana, obra llevada adelante por el filólogo catalán Joan Corominas. Sí se encuentran referencias en el medioevo a la palabra “acontecimiento”, en ejemplos tomados del siglo XIII, del periodo de Alfonso X de Castilla. Asociada íntimamente a “acaecer”, que se distingue sinonímicamente de “acontecer” (que “se refiere especialmente a hechos casuales”), la etimología de “acontecimiento” reenvía “a sucesos graves”, a “sucesos que afectan a una persona” y por extensión a“lo que toca a cada uno” 22 , a lo que conmueve o afecta (de ahí también que ciertas variantes de la etimología emparenten el vocablo con las voces latinas con-tingere “de tangere ‘tocar’; luego; ‘afectar a alguien’”). De igual modo, otra reconstrucción filológica recogida por Corominas observa en “acontecimiento” un galicismo, una expresión procedente de la lengua francesa.
Esta última referencia filológica es la comúnmente aceptada al traducir “événement” por “acontecimiento” en historiografía. Hayden White, por su parte, no parece estar tan alejado de este galicismo, y del modo en que el Dictionary of Untraslatables da a leer “événement” por “event”, pues encabeza su artículo “Historical Event” con un exergo tomado del filósofo francés Alain Badiou, autor de L’être et l’événement.
Aunque estas consideraciones den la impresión de un revoloteo ocioso alrededor del significado de las palabras, aunque se advierta que el significado siempre se encuentra desplazado respecto del lugar que se le cree asignar a partir del ejercicio de la etimología, aunque se observe con insistencia la imposibilidad de distinguir con claridad en el juego de la sinonimia entre acontecimiento y evento, siempre es posible interrogar, no obstante, a aquellas operaciones de inscripción que un pensamiento ejecuta en traducción. En este caso, interrogar la indecidibilidad, la aporía de una lectura de la filosofía de Hayden White que en el instante que lee en el narrativismo una filosofía del acontecimiento, desplaza esa misma lectura en la ceguera de una traducción que pone ahí otro texto, otra figura de la interpretación y de la representación. Este doble movimiento, de afirmación y negación a la vez, inscribe el acontecimiento como lo real traumático de la lengua y la historia, y en esa misma inscripción abre la posibilidad para otra lectura del narrativismo, una lectura que aprehende el acontecimiento como lo inimaginable (unimaginable), lo increíble (incredible), lo sublime, material de la representación histórica 23 .
Dos ejemplos, dos ejercicios de traducción, pueden ser señalados al momento de sostener la posibilidad de una relectura política del narrativismo, una relectura que encuentra en el acontecimiento una resistencia, un momento de elevación y desfallecimiento. El primero es un ejercicio de traducción que es también un ejercicio lector, una reunión y separación de textos que se presentan al público latinoamericano como una invitación a aproximarse a la filosofía de la historia narrativista de Hayden White. Traducido por Verónica Tozzi y Nicolás Lavagnino, El texto histórico como artefacto literario (2003) no es, en efecto, únicamente una selección de cinco ensayos de la obra whiteana, precedidos por una introducción de Verónica Tozzi y un prefacio del mismo Hayden White. La selección de textos establecida por Tozzi parece estar guiada por la intención de introducir de un modo sistemático los recientes trabajos de White en torno al acontecimiento histórico. Esta intención se justifica tanto por la decisión de reunir en un mismo volumen “La trama histórica y el problema de la verdad en la representación histórica” y “El acontecimiento modernista”, como por la decisión de traducir el enunciado o título “The Modernism Event” por “El acontecimiento modernista”. Traducción coherente cuya regla se sigue en todo el volumen y que presenta las discusiones sobre el narrativismo como discusiones que no pueden plantearse sin plantear a la vez la pregunta por la naturaleza de acontecimientos que desestabilizan toda política de representación histórica, toda afirmación del narrativismo –y por ende del realismo– como una política de construcción del sentido.
El segundo ejercicio de traducción parece proponerse inadvertidamente una relectura del narrativismo whiteano a partir de la supresión o denegación de la referencia a la problemática del acontecimiento en el narrativismo. En lo que puede considerarse el último esfuerzo del filósofo e historiador estadounidense por pensar una otra política de la representación histórica, The Practical Past es objeto de una traslación que tacha sobreescribiendo el movimiento traductivo adelantado en El texto histórico como artefacto literario. Resultado de un esfuerzo de traducción colectiva al cuidado de Verónica Tozzi, El pasado práctico (2017) se encuentra atravesado por una traslación cuasi literal de la palabra “event”. De ahí que, prácticamente no es preciso señalarlo, el vocablo “evento” domina toda la escena traductiva. Traducción casi automática que buscando ser fiel a la letra original acaba traicionando no aquello que busca verter en otra lengua, sino la problemática a que puede dar lugar una lectura de El pasado práctico a partir de una interrogación del acontecimiento histórico qua acontecimiento modernista. Las razones de esta denegación, las razones de este desplazamiento de lectura atienden menos a una reelaboración explícita de la filosofía whiteana que a una cierta ceguera actuando en el centro mismo de la actividad lectora. De tal modo, podría aventurarse, la ceguera y la iluminación dada a ver en esta sobreescritura, al borrar toda referencia al acontecimiento por medio de la práctica de la sustitución o la suplantación idiomática, termina por hacer de la traducción un autorretrato. Un autorretrato tan solo para el otro, para un espectador o espectadora que es también espejo de una práctica que se erige desde el cerco de ídon, desde el idioma, lo idiomático y lo idiosincrático.
Esta conjetura en torno a la traslación, a su pérdida y ganancia, y a la especulación sin freno a la que da lugar, puede ser presentada como una hipótesis de traducción, que es de igual modo una hipótesis de lectura, de la diferencia de lectura que se pone en acto en el movimiento traslaticio. Hipótesis que en su invaginamiento da lugar a una lectura doble, o más bien, lectura que pone en acción dos principios de lectura radicalmente diferentes.
En síntesis, lo que la traducción no ve no es lo que no ve, es la diferencia que da lugar a un diferendo en el seno del proyecto narrativista. Este diferendo, que en el caso de las operaciones traductivas comentadas gira en torno a un vocablo intraducible, vuelve visible aquello que como problema es invisible solo en cuanto que es visible. Este problema concierne a algo muy diferente a las dos traducciones señaladas, las que para ser vistas requieren una relación invisible necesaria entre lo visible y lo invisible, una relación que define la penumbra de lo invisible como un efecto necesario de lo visible. Esta identidad del no ver y del ver en el ver advierte pues, que la diferencia traslaticia puesta en acto en los ejercicios traductivos comentados no es otra que la de no ver lo que se ve.
No hay lectura inocente, es cierto. Y la traducción es quizá el acto de lectura más culpable de todos los actos de lectura. Esta culpabilidad o imputabilidad es la de una falta. En el caso de las traducciones argentinas comentadas es la de no advertir la producción de un nuevo problema en el orden de la filosofía de la historia narrativista. Un nuevo problema organizado a partir de un diferendo traductivo, de una pérdida en traducción. Esta pérdida, acaso, es la de un duelo anticipado del narrativismo, un duelo que abriría a la promesa de una repetición del narrativismo a partir de cierta posibilidad imposible de decir el acontecimiento.
Las formas modernistas de la voz media, del sublime histórico, del cumplimiento figural, no serían más que imágenes memoriosas de este duelo imposible, testimonios silentes del encuentro entre acontecimiento y narrativismo.
Resumen:
Introducción. El futuro de la filosofía de la historia
Perdidos en la traducción