in Cuadernos de Historia
Álvaro Jara Hantke. Notas de una historia sin develar, 1923-1948
Resumen:
En el siguiente artículo se aborda el ambiente familiar, cultural y político más cercano que vivió el historiador Álvaro Jara desde su niñez hasta su primera juventud. Se sostiene que Jara experimentó en estos contextos una fuerte relación, directa e indirecta, en el orden de la cultura y la política que le permitió incorporar un sólido capital cultural y social. La impregnación de un ambiente de ruptura le facilitaría emprender nuevos horizontes en su desarrollo intelectual e historiográfico posterior.
Introducción
El historiador Álvaro Jara Hantke (1923-1998) no estuvo muy abierto a las entrevistas que intentaron inquirir sobre su vida personal. La historiadora Alejandra Araya ha dado testimonio de aquello, quien, pese a lo anterior, logró entrevistarlo cuando ella era estudiante en la Universidad de Chile, junto a su compañero de estudios Eric Gamboa. Si bien, Jara accedió en esa ocasión, lo hizo con el propósito de entregar elementos como investigador para quienes lo necesitaran, evitando, sostenía, “crear perjuicios de ninguna índole”, pues “estos solo entorpecen el quehacer intelectual” 1 .
De tal modo, exactamente a un siglo de su nacimiento, lo que se sabe de este historiador es solo lo que desde sus obras se puede extraer e inferir, lo que, por cierto, da pocas pistas de su biografía 2 . Es decir, hay un desconocimiento de la vida y de parte de la obra del autor, sobre todo, desde los tempranos cincuenta, que es el momento en que empezó su carrera como investigador. Y más aún, respecto a sus primeras décadas de existencia que, salvo por pasajes aislados dados a conocer en algunas entrevistas de carácter periodístico, se ignoran por completo. Mas, ¿podría tener alguna importancia conocer los primeros años de vida, la niñez, la adolescencia y la juventud de un autor para ponderar en sus inquietudes intelectuales posteriores?
Álvaro Jara sostuvo que solo una vez que arribó a París en 1960, vale decir, con aproximadamente 37 años de edad, logró abrirse a un mundo lleno de posibilidades que la renovación historiográfica francesa había permitido. En efecto, después de la defensa de su memoria de prueba “Guerra y Sociedad en Chile”, Jara partió a Francia con una beca, logrando codearse en aquel país con un selecto grupo de historiadores; entre estos, Fernand Braudel y, de pasada, conseguir la publicación de su tesis en francés 3 . Al retornar a Chile, reconvirtiendo una dimensión del quehacer historiográfico, se posicionó como uno de los pioneros de la historia económica tanto nacional como a escala hispanoamericana. Fruto de una larga trayectoria investigativa y de estancias en varias universidades del mundo, publicando una gran cantidad de artículos y libros, Jara fue galardonado con el Premio Nacional de Historia en 1990. No obstante, ¿qué ocurrió antes de toda esa época de madurez?
El ambiente que lo rodeó en el primer cuarto de siglo de su existencia previamente a que iniciara su camino profesional, no fue tan corriente como para descartarlo. Por el contrario, aquel pasar estuvo colmado de contenido y de vivencias que, sin duda, marcaron al joven Álvaro. Cuando ingresó a estudiar Historia en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile con casi 25 años de edad, ya contaba con conspicuos acercamientos en el orden de la cultura, la política y las relaciones sociales. Expresó en una entrevista en 1990,
que en 1938, siendo solo un adolescente, se había volcado por la historia con perspectiva social, sobre todo, por el impacto que tuvo en él la llegada del Frente Popular al poder 4 , lo que no tendría tanta importancia (pues muchos autores que pertenecieron a esa generación afirmaron lo mismo) si no hubiese sido porque su tío, Aníbal Jara Letelier, director del diario La hora, estuvo involucrado de modo directo en la promoción de esta alianza, quien, además vivió en carne propia la persecución política del gobierno de Alessandri, o porque en ese mismo año o quizá desde mucho antes, conoció in situ al grupo de poetas surrealistas llamado Mandrágora, quienes al mantener una amistad con el hermano mayor de Jara, Renato, frecuentaban la casa del futuro historiador en la capital; todo lo anterior, sin perjuicio de que antes de ingresar a la universidad, no estuvo ajeno a experiencias significativas, como su paso por el servicio militar 5 y el trabajo de administrador en el molino de la familia a lo largo de cuatro años 6 .
Jara no fue parte del grupo de poetas de la Mandrágora, pero sí pudo aproximarse a esa cofradía a través de su hermano y ser observador de ese “temperamento colectivo” del que habló Agulhon 7 . Lo mismo debió ocurrir en la relación con el tío, Aníbal Jara, quien ofrecía en su casa tertulias en donde la presencia de la elite intelectual y política era habitual. Al calor de esos ambientes y círculos en conformación, es muy probable que Jara se haya ido forjando una personalidad y el gusto por el conocimiento, la política y la cultura; también tomando posiciones y haciendo sus propias valoraciones.
No es que acá se quiera desentrañar la clave que lo condujo derechamente al estudio de la historia, vale decir, invocar esa suerte de ilusión biográfica de que habló Pierre Bourdieu 8 . Lejos de intentar establecer algunas coordenadas para explicar una trayectoria como si esta hubiese sido transparente y prístina, coherente en sí misma, que estuviese determinada de antemano y que obedeciera a un orden visiblemente lógico, lo que se busca es dar cuenta que a lo largo de sus primeras décadas de vida, fue incorporando un capital cultural y social que le haría posible enfrentar nuevos horizontes; que ya contaba con interacciones y experiencias significativas, independientemente de la valoración y de los juicios que de estas se tengan, de un sustrato cultural, un habitus afín a las exigencias propias para emprender una trayectoria intelectual de gran envergadura 9 . El mismo Jara sabía muy bien esto, pues cuando le preguntaban por qué razón decidió estudiar historia, señalaba que era algo espinoso de esclarecer, por lo que no tenía una respuesta satisfactoria 10 . Lo mismo expresó en otra entrevista que la vocación era algo difícil de precisar, “pero que me brotaba de dentro sin tener una verdadera conciencia de que lo que me atraía era la historia” 11 .
Para responder a lo anterior hemos decidido reunir algunos elementos que hacen referencia al “mantillo cultural” del que habló Dosse 12 , relativos a las implicancias del círculo familiar más íntimo de Jara en las tramas culturales, sociales y políticas de aquellos tiempos. Se buscará revelar la especificidad, pero sin reducirlo todo a ello, de los espacios de sociabilidad 13 para establecer el medio social en el cual estuvo envuelto Jara desde pequeño.
Aquellos espacios de sociabilidad tenían como característica ser expresión de lo urbano, de la interacción republicana y cultural de la época, ámbito de convergencia de distintas trayectorias, pero con fuerte vocación artística y política, círculos que agregaban libremente a sendas personalidades, si bien muchos procedían de algunos ya previamente establecidos. En el fondo, eran entornos que facilitaban los intercambios propios de la vida cotidiana, pero con inquietudes que la sobrepasaban fuertemente.
Jara, antes de llegar a convertirse en historiador y militante comunista, marchó por esos espacios de sociabilidad y estuvo también cautivo de las voces que provenían del ambiente público, aunque a veces haya sido más bien como un observador. Pero resulta que incluso desde esa posición podría servir para comprender acciones que aún no estaban lo bastante identificadas con prácticas concretas, aunque sí podían propender a ello, pues en esa aparente pasividad, iba resignificando lo que el mundo, con todos sus aciertos y contradicciones, le proporcionaba, de lo que, lamentablemente, nunca quiso hablar. ¿Acaso las preguntas de carácter historiográfico que discutieron con el canon de la época, una vez que se decidió por la investigación, no tenían una relación indirecta con ese espacio bullicioso en donde se cuestionaba el orden dominante, al que al parecer estuvo acostumbrado? Si es que hubo una tradición en el círculo familiar y más cercano de Jara, fue de la ruptura y no de la continuidad 14 , lo que se verá luego.
Por lo mismo, los planos que se abordarán en el cuerpo de este ensayo quieren dar cuenta de lo que manifestó Lawrence Grossberg, cuando decía que “el espacio de toda una forma de vida” [es] “un espacio fracturado y contradictorio habitado por múltiples contextos y formas de vida y luchas contrapuestas” 15. Ese fue el teatro de vida que le tocó a Jara y es muy poco probable que no le haya sorprendido, para bien o para mal.
Si solo se ha estimado ocuparse de los primeros 25 años de vida de Álvaro Jara, hasta 1948, se debe a que luego de esta fecha, entabló un lazo de amistad muy estrecho con Alejandro Lipschütz, por lo que se inicia una nueva etapa en su trayectoria, la que se abordará en otro trabajo. Este es el período menos conocido de Jara, sobre todo porque no se han hallado escritos de su autoría 16 . Esta falta de información constriñe, lamentablemente, la investigación. Por lo anterior, es que la construcción de su primera formación se hará a partir de lo que él dijo sobre sí mismo, en retrospectiva, y lo que algunas memorias de agentes relacionados dijeron, directa o indirectamente, sobre aquel período.
Así, las fuentes empleadas en este artículo consideran entrevistas periodísticas que se le hicieron a Jara, testimonios biográficos que él dejó en diversos escritos, memorias y biografías de coetáneos del protagonista, como también conversaciones con personas que conocieron directamente a Álvaro Jara. Del mismo modo, se toman las investigaciones especializadas sobre aquellos tiempos; revistas y periódicos de ese curso vital que ayudan a iluminar esos días y los pasajes de vida acá seleccionados.
No cabe duda de que los testimonios y memorias en tanto tales, concebidos como reflejo de su propia existencia, han suscitado cuestionamientos por los especialistas y, cuando no, un franco rechazo. Esto, por todo lo que sufren los recuerdos mientras pasa el tiempo y por una serie de eventos que reconfiguran las apreciaciones de los agentes, tanto de sí mismos como de lo que experimentaron. Es muy probable que en muchos de los recuerdos haya bastante de invención, lo que hace del género un espacio intermedio entre la ficción y la realidad histórica, como ha sugerido Dosse 17 . En esa misma línea, Jean-Philipe Mireaux dio cuenta de los obstáculos de las “escrituras del yo”, como “la cuestión de la verdad” y “de la exactitud”, pues el escritor, o quien habla de sí, es amenazado por las imprecisiones de los recuerdos, más aún cuando desea componer un relato coherente y lleno de sentido de su propia persona 18 .
En consecuencia, la información recogida desde este tipo de literatura no se toma como una verdad absoluta para efectos de las conclusiones, pero consideramos que sí podrían servir para iniciar una investigación de alcance mayor. Si por una razón las hemos tomado, es porque al proporcionar señales, insinuar huellas e indicios, como diría Ginzburg 19 , permiten ubicar a los individuos en sus tramas y, de esa forma, propenden al investigador a verificar o contrarrestar sus enunciaciones con otro tipo de fuentes o autores que han tratado los contextos más amplios en que esos dichos supusieron estar relacionados. De tal manera, lo que se verterá de aquí en adelante son coordenadas que sitúan al joven Álvaro Jara y sus relaciones más estrechas, pero que no agotan su biografía, lo que no se pretende, simplemente, porque no se han encontrado aquellos documentos, si es que existen en algún lugar. A pesar de aquello, establecer el contexto que envolvió a Jara, gracias a esos testimonios y memorias, resulta ser incluso más significativo, ya que se devela la importancia del tipo de capital cultural, social, político, etc. que debe haber condicionado en gran parte su trayectoria posterior.
El presente ensayo se ha dividido en cuatro partes. La primera, se aproxima a la vida política y cultural de Aníbal Jara Letelier, periodista y diplomático reconocido, muy cercano a Álvaro. En la segunda, el ambiente en que nació el grupo Mandrágora, en el que estuvo involucrado su hermano mayor, fuente bibliográfica de Álvaro desde adolescente. En la tercera, una aproximación a Marta, su hermana, quien se convertía en escritora en esos tiempos y, por último, su acercamiento a Volodia Teitelboim, quien, por esas fechas, además,
estaba comprometido con la hermana de la esposa de Jara, Raquel Weitzman.
Por último, sirva este ensayo para homenajear, a los cien años de su nacimiento, a un historiador que hizo historia por lo que a su área de investigación se refiere.
La familia y el tío Aníbal Jara Letelier: capital cultural y social
Álvaro Jara sostuvo que con el arribo de Pedro Aguirre Cerda al poder se fue inclinando por la historia con sustrato social 20 . Existía y se apoderaba de él la inquietud por los problemas de las grandes mayorías explotadas, pero que de seguro con el tiempo tomaría el derrotero que logró definir en los cincuenta, por lo que es poco probable que en ese contenido social haya ocupado un lugar el tema indígena, por lo menos, tempranamente. Este aspecto que quizá fue la puerta de entrada a los problemas sociales y al estudio de estos, no se debería advertir sin profundizar en él, debido a que es conocido que los jóvenes que se formaron en la década de los treinta fueron proclives a las grandes transformaciones 21 .
Álvaro Jara provenía de una familia acomodada, la que contaba con un negocio molinero en Talca, ciudad donde vivió hasta cerca de los 10 años, antes de trasladarse a Santiago, en vista de que el padre pretendía asegurarles educación universitaria a todos los hermanos. José Jara Letelier esperaba que su hijo fuese abogado, lo que no se concretó, pues solo cursó la carrera un par de semestres, abandonándola rápidamente.
De pequeño vio tocar el piano a su madre, Erna Hantke Jorgensen, oriunda de Tucumán, hija de madre danesa y de padre alemán, de la ciudad de Hamburgo, quien era visitada por la aristocracia talquina para disfrutar de la música que con gusto ella tocaba. También en algunas ocasiones animó el cine, cuando aún era mudo 22 . Por lo que respecta a sus abuelos maternos, Álvaro Jara decía que había heredado “la paciencia y la constancia, virtudes absolutamente necesarias dentro del quehacer de la historia” 23 .
Mantuvo una estrecha relación con sus hermanos, con quienes se iba de excursión por los cerros y paisajes cordilleranos de la región. A propósito de sus lecturas, contaba que, desde niño, cuando estudiaba en el Liceo Blanco Encalada, le había fascinado la Historia Sagrada y que había sido un gran lector, consumiéndose por completo a Salgari y Verne, todo ello, entre los 9 y 10 años. Con unos pocos años más y haciendo referencia al Quijote, decía leer “de claro en claro y de oscuro en oscuro” 24 , hasta que llegó el Frente Popular y, con este, la modificación de sus lecturas dado el impacto político y social que este hecho tuvo en los adolescentes de su edad.
Como se ve, estos datos biográficos, algunos proporcionados por el mismo Jara, advierten que no solo contaba con un capital objetivado de bienes como los libros, sino que con un ambiente que hacía posible la incorporación del contenido de este. Por ejemplo, Hernán Jara, su hijo, decía que, por el origen alemán de su abuelo, desde pequeño se había interesado por esta lengua, la que, al parecer, llegó a dominar 25 . Se advierte así, una articulación permanente de capital objetivado e incorporado en su niñez y adolescencia que fue moldeando un habitus que posibilitaría emprender nuevos rumbos en su juventud universitaria.
1938 fue un año crucial para el país y, los años que lo rodearon, para el mundo entero. Por más que esto constituya una generalidad y parezca superficial, cabría conectar los episodios de esa época con la misma vida familiar del adolescente Álvaro, porque la profundidad del movimiento telúrico que se sentía bajo sus pies, la experimentaron y sufrieron al interior del círculo de sus seres más cercanos. Se intenta advertir, entonces, que Jara no fue un observador como millones, que solo por el hecho de haber nacido en aquellos tiempos tuvo que padecerlo como si no tuviese otra alternativa, sino que fue un vigilante cercano de un conjunto de eventos ocurridos.
La década de los años treinta estuvo impregnada por temores y esperanzas. Eran tiempos en que la crisis económica dejó una huella imborrable en la sociedad toda, en que el mundo empezaba a dividirse entre fascismo y comunismo, y quienes optaban por combatir al primero, se unieron con el segundo, formando los frentes populares, expectantes, por supuesto, de lo que acontecía en España. Fue tan intenso el ambiente, que era imposible restarse a esos sucesos. En relación con la Guerra Civil Española, por citar un caso, el escritor Luis Oyarzún, tres años mayor que Álvaro Jara, decía que
[a]ún a los más jóvenes nos obligó a un examen de conciencia y a una toma de posición. ¿Por qué? ¡Porque no era una guerra civil como las otras! Era, en verdad, el primer episodio inequívoco de la gran división del mundo que la Segunda Guerra Mundial revelaría después en todos los continentes, mares y cielos de la tierra 26 .
Por su parte, el economista Felipe Herrera, quien nació un año antes casi exacto al de Jara, decía que pudo conocer “muy de cerca lo que había significado la revolución civil española y sufrir por nuestra madre patria, que seguía debatiéndose dentro de esa etapa de represión, venganza y exilio que significó el inicio de la dictadura de Franco”. Agregaba que, paralelamente, la invasión a Polonia por Alemania y el inicio de la Segunda Guerra Mundial, considerando “nuestra propia realidad nacional, –que había experimentado una significativa apertura y engendraba grandes expectativas sociales con la llegada al poder de don Pedro Aguirre Cerda abanderado del Frente Popular”, lo habían enfrentado, a través de sus compañeros, a las distintas interpretaciones que se hacían de estos eventos. “Comprendí que había entrado a ese desafiante ambiente universitario (a estudiar derecho) con enormes lagunas en mi formación histórico-política” 27 . Álvaro Jara manifestó algo muy parecido: “Los jóvenes se sentían involucrados en un mundo en cambio y era lógico buscar explicaciones al devenir de la humanidad. Y creo que por ahí tiene que haber surgido mi vocación” por la historia 28 .
El involucramiento y la experiencia más próxima, el futuro historiador, los tenía y vivía muy de cerca. En efecto, su tío paterno, Aníbal Jara Letelier, cuya actividad periodística y política, que no puede calificarse de menos intensa, fue un agente importante en la lucha local a lo largo de los años treinta, a quien Álvaro Jara le tenía gran aprecio y admiración.
Aníbal Jara había nacido en Talca, la misma ciudad que vio crecer al joven Álvaro 29 . En esta comenzó su actividad periodística, trasladándose a Santiago en la década de los veinte. En la capital inició sus labores en el diario La Nación, llegando en 1930, luego de haber dirigido Los tiempos, a hacerse cargo de la gerencia y la subdirección. En 1932 dirigió la revista Hoy, y en 1935 fue fundador y director del diario La hora 30 . Autores como Felipe Portales lo han asociado con Carlos Ibáñez del Campo, sosteniendo, incluso, que fueron amigos 31 . Es muy probable, pues en 1953, en el segundo gobierno del coronel, fue nombrado Embajador en Estados Unidos. Sin embargo, Aníbal Jara, al fundar La hora, del que también fue dueño Pedro Aguirre Cerda, fue generando el ambiente para la promoción del Frente Popular 32 , siendo nombrado cónsul en Nueva York una vez que arribó al poder el presidente Aguirre Cerda.
¿Habrá estado al tanto Álvaro de las persecuciones que tuvo que sufrir su tío cuando dirigió La hora durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri? El mandato de este presidente había sido el primero en contar con cierta estabilidad, luego de la renuncia de Ibáñez en 1931. Alessandri había asumido la dirección del país luego de una crisis política que vio varias alternativas en corto tiempo, cuyo trasfondo estaba signado por las consecuencias sociales que había provocado la gran depresión de 1929 y el agotamiento del modelo monoexportador. En medio de un país convulsionado, si bien logró hacerse con el poder en unas elecciones formales que legitimaron su ascenso, no dudó en gobernar con una política autoritaria. El diario La hora, en tiempos en que la prensa jugaba un rol no despreciable en la oposición, se había convertido en un importante bastión contra el gobierno de Alessandri, mientras que la administración del presidente no dudó en desplegar los mecanismos necesarios para alejar de la dirección a Jara (lo que no tuvo efecto) o derechamente cerrar el periódico, lo que fue denunciado como una política sistemática en contra de la libertad de expresión y abusos de la ley. En esas presiones, por citar un caso, el ministro de Hacienda de la época, Gustavo Ross, cumplió un papel significativo, conminando de manera directa a uno de los dueños, Gustavo Helfmann, a tomar medidas 33 . Aníbal Jara, desde luego, no titubeó en evidenciar en las páginas del diario estas particulares modalidades provenientes desde el gobierno.
En uno de esos tantos actos de persecución y represión que sufrieron los opositores a Alessandri y, en especial, el diario La hora, en febrero de 1936 se obligó a Aníbal Jara, junto a otros políticos, periodistas y agentes sindicales a someterse a una política de relegamiento que terminó repartiéndolos por todo Chile, siendo confinado Jara al poblado Los Vilos 34 . Esta avalancha de hechos persecutorios hizo aglutinar a varias personalidades de la época a comienzos de aquel año, quienes denunciaron la política de hostigamiento de Alessandri. Una expresión de ello fue el “Manifiesto de escritores e intelectuales contra la represión”. Tal como lo consignó Felipe Portales, suscribieron a este: Vicente Huidobro, Mariano Latorre, José Santos González Vera, Julio Barrenechea, Pablo de Rokha, Marta Vergara, Juvencio Valle, Blanca Luz Brum, Salvador Reyes, Eugenio González, Astolfo Tapia, Eduardo Anguita, Carlos Prendes Saldías y Volodia Teitelboim 35 . En ese mismo contexto, el gobierno asoció a Aníbal Jara con un complot militar contra el presidente Alessandri, efectuado el 28 de febrero de 1936, acusándolo de promoverlo a través de La hora 36 .
Luego de que Helfmann abandonara el diario por no soportar las presiones gubernamentales, aquel espacio lo ocupó Pedro Aguirre Cerda, quien terminó convirtiendo el periódico al radicalismo, mientras tanto, la dirección seguía en manos de un ibañista de izquierda como Aníbal Jara 37 . Más allá de esa especificidad política, lo cierto es que mientras Jara dirigió La hora hasta 1939, del que se desvinculó muchos años más tarde 38 , había sido uno de los pocos diarios de oposición al gobierno de Arturo Alessandri, dándole un considerable espacio al obrerismo y al tema sindical 39 .
La actividad política de Aníbal Jara fue intensa en la época de juventud de Álvaro, siendo activo en la Alianza de Intelectuales contra el fascismo 40 que presidía Pablo Neruda, concurriendo activamente a los tantos actos que se organizaron a favor de la república española, por ejemplo, el que se llevó a cabo el 18 de julio de 1938 en el Teatro Municipal, evento en el cual se donaron a la Biblioteca Nacional los libros de autores alemanes prohibidos por el nazismo. En aquella jornada, la asistencia de personalidades vinculadas al Frente Popular fue extraordinaria; entre estos, Aguirre Cerda, Marmaduque Grove, Salvador Allende, Carlos Contreras Labarca y Alejandro Lipschütz 41 .
Aníbal Jara fue una pieza cardinal en la campaña del candidato del Frente Popular, por lo que la gravitación de las posiciones políticas de este debe haber surtido algún tipo de efecto en el joven sobrino que reconocía, como ya se expresó, la emergencia del Frente Popular como el primer signo de sus inquietudes políticas y sociales. Muchos reconocieron en Jara a un periodista brillante y destacado, cuyo seudónimo, el de Ayax, hacía alusión al valeroso guerrero que luchó en Troya.
A lo anterior, y para terminar con este apartado, cabría añadir que después de que Aníbal Jara retornó de Estados Unidos, luego de ocupar el cargo de Cónsul en Nueva York entre 1939 y 1943, asumió el liderazgo de la Dirección General de Informaciones y Cultura del Ministerio del Interior, conocida como DIC. El historiador Leopoldo Castedo, exiliado español, quien se hizo amigo de Aníbal Jara a los pocos días de haber arribado a Chile, recordó en sus memorias que disfrutó trabajar en la DIC mientras Jara la dirigió, ya que no solo se hizo cargo de la dirección del archivo, sino que, al ser jefe de Publicaciones, logró levantar la revista Antártica 42 . Gonzalo Rojas, por su parte, decía que en la DIC recalaban “casi todos los escritores indefensos económicamente, desde Nicomedes Guzmán hasta la mujer de Neruda” 43 . Este poeta llegó a ser jefe de redacción de la revista recién nombrada.
Como se observa, en el proceso de tránsito de la adolescencia a la juventud, a Álvaro Jara es probable que le haya tocado experimentar las vivencias políticas, sociales y culturales del tío. Eran habituales las tertulias que él animó en su casa en la capital, frecuentadas por la elite intelectual, escritores y políticos, siendo ello una expresión de los intersticios de aquellos ambientes que quizá fueron despertando el interés del joven Álvaro antes de ingresar a la universidad y ya estando en ella. Aníbal Jara, por lo que sabemos, no fue un pariente lejano de Álvaro. Por el contrario, fue muy cercano y el futuro historiador lo valoraba mucho. Hernán Jara recordaba que desde pequeño lo visitaba con gran frecuencia junto a su padre 44 .
Renato, el hermano mayor: la vanguardia poética
Álvaro Jara llegó a Santiago cerca de 1933, junto a sus hermanos Renato, Marta y Hernán. Si bien Álvaro se llevaba por seis años con Renato, aquel tenía una gran admiración por su hermano mayor, quien, al poseer una nutrida biblioteca, le facilitaba libros e ideas, por mencionar algo. Todas las obras de carácter político y social que cayeron en sus manos provenían de su hermano Renato, siendo este la primera fuente para acceder a bibliografía, lo que no significaba que compartieran todas las ideas 45 . Álvaro Jara decía que en su juventud había leído “con mucha curiosidad a los autores llamados los padres del socialismo”, lo que, según este, era común entre los jóvenes de esa época 46 .
Por su parte, Soledad Bianchi comentó que mientras recogía información para una investigación sobre Marta, fue el propio Álvaro Jara quien le manifestó que la casa de Santiago era frecuentada por los amigos de Renato 47 . Este, siguiendo la tradición de la madre, y por su paso por el conservatorio, había tocado el piano para el grupo Mandrágora.
Que Álvaro Jara haya tenido que experimentar en su casa la presencia de los mandragorianos es algo que no debería soslayarse. En 1938, cuando recién había alcanzado los 15 años de edad, en el Salón de Honor de la Universidad de Chile fue fundado este grupo surrealista por Braulio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez-Correa, o por lo menos allí hicieron su aparición pública, y en diciembre florecía el primer número de la revista con similar nombre. De este grupo, también fue parte Gonzalo Rojas, el mismo que fue auxiliado en la DIC, comandada por el tío Aníbal, como ya se vio.
No era, por supuesto, cualquier año. Fue el año con el cual se ha rotulado a toda una generación 48 , la que ha disfrutado de una significación distintiva. Como grupo de vanguardia, los mandragorianos se habían situado en las “antípodas de la sensibilidad operante”, desplegando “una crítica total y de ironía absoluta frente a las estructuras socio-culturales que evidenciaba la sociedad de la época” 49 . En efecto, el lenguaje destemplado, directo y provocativo de este movimiento no pasó desapercibido. Si el fin era excitar y execrar el ambiente, con seguridad, lo consiguieron. En tiempos en que la poesía brillaba, Neruda se había convertido en el blanco de la Mandrágora, la primera expresión surrealista en el país.
El movimiento llegó a constituirse como tal, después de la interacción de varios encuentros y relaciones interpersonales. Arenas, Cid y Gómez-Correa ya se habían conocido en el liceo de Talca a comienzos de los años treinta. Quizá en ese mismo liceo, Renato Jara estableció una amistad con estos productores de la “poesía negra”, quienes prontamente se reencontraron en Santiago. De hecho, el mismo Gómez-Correa, oriundo de Talca al igual que Renato, tenía tan solo dos años más que este. El propio Álvaro Jara sostenía que la casa de los “Jaramazov” en la capital, como les decía Gómez-Correa a los hermanos Jara Hantke, también era frecuentada por Vicente Huidobro, reconocido poeta, inspirador de aquella cofradía 50 .
Cabría decir que Renato Jara solo colaboró en el número dos de la revista Mandrágora de diciembre de 1939, por lo menos, firmando con su nombre. En esa ocasión apareció con un artículo titulado “Un aspecto de la música actual” 51 , del que según se ha afirmado, llamaba “la atención por el hecho de que el Surrealismo, a diferencia de la poesía y la pintura, nunca había mostrado gran interés en explorar las posibilidades de expresión supra-realistas de la música” 52 . Qué grado de incidencia habrá tenido en Renato el músico Pablo Garrido, amigo de Aníbal Jara, es una cuestión espinosa de resolver, pero Garrido se destacaba ya en esos momentos por su apertura al jazz, música de vanguardia 53 .
Estas acciones superlativas, que al ser producto de un grupo pequeño y en franca posición desafiante, más de alguna impresión le tuvieron que haber provocado al adolescente curioso que era Álvaro Jara. Debió imbuirse por las conversaciones y polémicas que estos jóvenes tuvieron entre sí, potenciando o despertando en su persona el interés por los temas culturales e intelectuales. En este espacio debió haber advertido a escala espacial pequeña aquel “temperamento colectivo”, el que quizá fue complementado, contrastado o rechazado con el del tío Aníbal y sus amigos.
A pesar del clima cultural, social, político y del roce con este conjunto de poetas y las influencias del hermano mayor, Álvaro Jara no siguió los pasos de la Mandrágora, no por un tema generacional, si es que se pretendiera hacer uso de ese factor para ilustrar la situación, pues Jorge Cáceres, uno de los integrantes de esta vanguardia surrealista, nacido en el mismo año que Álvaro, 1923, se incorporó al grupo con tan solo 15 años, la misma edad que tenía Jara cuando el grupo irrumpió en la escena nacional. La historia ha demostrado que Jara optó por un camino distinto.
Para cerrar este apartado, se quiere señalar que este último derrotero debió ser posible gracias a un acuerdo con su hermano, a quien se le pierde el rastro a comienzos de los años cuarenta. Álvaro Jara ingresó a la universidad en 1941, suspendiendo sus estudios al año siguiente. Debido a la enfermedad del padre tuvo que retornar a Talca, en 1942 más o menos, para hacerse cargo del negocio familiar. En esta ida lo debió haber acompañado el primogénito de la familia, quien, en 1945, según se constata en el sitio web de la empresa molinera, tomó en sus manos la administración 54 . Mientras Renato, muy a pesar suyo, tenía que abrirse paso por un sendero apartado “de todo cuanto pudiera ser extraído de los estados alterados o de aquellos espacios donde la mente no está controlada por la lógica tradicional y racionalista”, que es a lo que aspiraban los mandragorianos, según de Mussy 55 . Álvaro Jara logró devolverse a Santiago después de cuatro años de trabajo familiar para ingresar a estudiar Historia en el Instituto Pedagógico, no sin mediar las fuertes discusiones que se dieron con la muerte del padre y el destino del molino 56 .
Marta, la hermana mayor: ruptura continua
Otro familiar cercano de Álvaro fue su hermana Marta. Nacida en 1919, le llevaba pocos años al futuro historiador. De Marta Jara es de quien más información hay, por lo menos desde su adolescencia y juventud. Marta Jara tuvo una vida bastante intensa que la marcó profundamente. Álvaro Jara decía que era muy voluntariosa y que cuando la madre la obligaba a tocar el piano, disimulando que lo hacía, prefería leer a los escritores rusos del siglo XIX, en especial a Dostoievsky 57 . Como se puede ver, optó por la literatura más que por la música. Siendo joven frecuentó las tertulias que organizaba Aníbal Jara 58 , a quien le tenía mucha estima, según se cuenta en un manuscrito hallado del único hijo de Marta Jara, Pablo Riccardo Longone Jara, publicado póstumamente en la revista Cuadernos Hispanoamericanos 59 . En este se hace una larga semblanza de la vida de la cuentista. Su hijo sostuvo que su tío abuelo Aníbal leyó los manuscritos de su madre, alentándola a seguir escribiendo. Del mismo modo, el músico Pablo Garrido Vargas, de quien se hizo amigo por estos tiempos, también la estimuló a escribir 60 .
En 1949 se dio a conocer por el libro de cuentos El vaquero de Dios, en 1958 Ricardo Latcham la sumó en la Antología del cuento hispanoamericano contemporáneo y en 1963 recibió el Premio Municipal de Literatura de Santiago.
Sin embargo, con anterioridad ya había obtenido una distinción literaria con el cuento El gancho “El Chis” en un concurso celebrado por el diario La Estrella de Valparaíso en 1945.
Durante el tiempo que incumbe por ahora, digamos que El Vaquero de Dios había sido largamente madurado y, entre sus fuentes de inspiración, se podían encontrar las vivencias de Marta cuando trabajó de capataz por un par de años en Melipilla, absorbiendo la vida de los trabajadores 61 . No puede dejar de mencionarse que, entre los lectores previos a su publicación se encontraba Pablo Neruda. En esta misma semblanza, el hijo de Marta sostuvo que el libro fue dedicado a Neruda en reconocimiento de la amistad que ambos habían trabado. La escritora, por esa mención, agregó Longone, fue objeto de presiones y decidió irse del país rumbo a Italia 62 cuando la “Ley Maldita” hacía de las suyas 63 . Fue allí donde vio nacer a su hijo Pablo, con cuyo nombre le hizo un nuevo homenaje al vate. Longone sostuvo que, seguramente, por esa amistad con Neruda y Delia del Carril se acercó al Partido Comunista. A Neruda, no solo lo veía como un gran poeta sino como a un maestro y un segundo padre 64 .
Eran tan firmes los lazos que tenía con Neruda, que en los tiempos en que tuvo que enfrentar la clandestinidad a causa de la persecución bajo el gobierno del presidente Gabriel González Videla, Marta Jara y Víctor Pey resguardaron al poeta en su hogar; primero Pey en su departamento, el que habitaba con Marta, y luego en la casa de los padres de esta en Santiago 65 . En el Canto General, Neruda la llamó Irene 66 .
Qué duda cabe que Marta Jara, al frecuentar esos espacios de sociabilidad, fue tejiendo ciertas redes y contactos en el ámbito de la cultura y la política. En relación con ello, es muy viable que Álvaro Jara haya concurrido también a esas tertulias, pues como le manifestó el hijo menor de Jara al autor de este ensayo, había vivido en un ambiente de intelectuales y escritores desde su juventud. También es probable que por una combinación entre la militancia comunista que inició por esas fechas y su parentesco, se le confiara la seguridad del poeta en 1948, cuando era estudiante de Historia en el Instituto Pedagógico, poeta que por lo demás, conocía muy bien a Aníbal Jara, desde los tiempos de la Alianza de Intelectuales, pero del cual ya algo sabía en 1919, cuando Jara fue jurado en un torneo floral de poesía en el que participó el adolescente Neruda obteniendo el tercer lugar.
Volodia Teitelboim, Raquel y Sara Weitzman y Pablo Neruda: el compromiso político
Álvaro Jara contrajo matrimonio con Sara Weitzman, abogada de la Universidad de Chile, más o menos a mediados de la década del 40, en el mismo momento en que lo hizo su hermana Raquel con Volodia Teitelboim, ambos militantes del Partido Comunista y abogados de profesión.
Se aprecia que Jara, ya a mediados de los cuarenta, era concuñado de Teitelboim, un político y periodista de oficio que se estaba haciendo conocido. El futuro escritor ingresó tempranamente a la Escuela de Derecho en la Universidad de Chile, con 16 años, a la vez que se sumaba a las filas de la recién creada juventud comunista. En sus memorias recordaba que, al momento de cursar sus estudios, trabajó en El Diario Ilustrado; además frecuentó la Sociedad de los Poetas, evidenciando una carga no despreciable de tareas culturales, intelectuales y políticas 67 . En aquel andar, conoció a Vicente Huidobro y se hizo amigo de este 68 , y en 1935 con tan solo 19 años, junto a Eduardo Anguita, publicó la Antología de poesía chilena nueva, generando toda una polémica 69 . No solo ellos mismos se incluyeron en la antología excluyendo deliberadamente a Gabriela Mistral, sino que sumaron en esta a Vicente Huidobro, Pablo de Rokha y a Pablo Neruda, poetas que desde ese entonces mantendrían una rencilla abierta por largo tiempo 70 .
Es probable que este acontecimiento literario haya sido el primer reconocimiento público de Teitelboim, aunque no necesariamente favorable, ya que Alone, uno de los críticos de las letras más afamado de la época, motejó a los antologistas de “preciosos ridículos”. Volodia así entró en la escena intelectual, de un modo del que no se sintió muy orgulloso, suspendiendo su acción poética 71 para abrazar las tareas políticas que el proyecto demandaba y la actividad periodística que el día exigía.
Por esos tiempos había dejado EL Diario Ilustrado para involucrarse en el periódico Frente Popular, el que, junto a La hora, dirigido por el tío Aníbal Jara, promovió la constitución del bloque de partidos que llevó al poder a Pedro Aguirre Cerda, combinando, además, sus labores con las actividades que realizaba la Alianza de Intelectuales, la misma que alzó la voz cuando Aníbal Jara fue relegado por la política de hostigamiento de Alessandri. Entrando los años cuarenta, conformó la plana de El Siglo, diario comunista, y al pasar un
lustro ya era parte del Comité Central del partido, y contraía matrimonio con Raquel Weitzman 72 .
Es factible que haya sido a mediados de los años cuarenta cuando Álvaro Jara conoció a Volodia. Se desconoce cómo. Tal vez por la militancia política 73 , quizá a través de las hermanas Weitzman: asunto difícil de aclarar. Teitelboim en sus memorias no insinúa nada relativo a ello. Lo cierto es que, si fue en los años ya referidos, fue justo en el momento en que Jara retornaba desde Talca e ingresaba a estudiar Historia en el Instituto Pedagógico. Volodia, por esas fechas, había concluido su memoria de prueba “El amanecer del capitalismo y la conquista de América” 74 , estudio que fue parte de la bibliografía que Jara utilizó en su tesis “Guerra y Sociedad en Chile”.
Volodia expresó que confiaba en Jara, a quien reconocía “franco y directo”, de un “carácter riguroso, algo germánico” 75 . Según narró en sus memorias, una vez que la política de persecución comenzó a operar bajo el gobierno del presidente González Videla, antes de que se promulgara la ley que proscribió al Partido Comunista en 1948 76 , recurrió a él. En octubre de 1947, debido a que el presidente había dictado una orden de detención al Comité Central, al que pertenecía Teitelboim, como ya se manifestó, se resolvió que este pasara
a la clandestinidad. Volodia cuenta que recurrió a Álvaro Jara, quien, en una madrugada de octubre de aquel año fatídico para los comunistas, lo trasladó a la casa de su hermana Marta, quien le abrió las puertas de su departamento en la capital 77 . Gracias a ello, la cacería había fallado, pues aparentemente Volodia estaba destinado a Última Esperanza, lugar recóndito del sur de Chile, como él mismo relató. Al pasar a la clandestinidad adoptó el nombre de Carlos Cifuentes, y Álvaro Jara se transformó en el enlace con el partido, cuyo nombre de chapa fue Ignacio. Según relató, no podía ver a nadie más que no fuese al joven estudiante, quien debía mantenerlo informado de lo que ocurría, especificándole a Volodia los trabajos que debía realizar en la clandestinidad 78 .
Entre idas y vueltas, Teitelboim cuenta que una de esas noches recurrió a Jara, porque temía que lo visitara la policía política. Jara lo llevó a su casa, posibilitándole una buena charla junto a su esposa Sara, mientras ojeaba los libros del futuro Premio Nacional 79 .
Cuando Pablo Neruda también se vio obligado a entrar en la clandestinidad, Álvaro Jara siguió siendo el enlace por un año completo, de seguro recomendado por Volodia, debido a los atributos personales con los que contaba. Teitelboim sostuvo que en ese período de ilegalidad se reunían y conversaban de historia, al tiempo que Jara le hacía llegar al vate los libros necesarios para la redacción del Canto General 80 .
El propio Jara, muy posteriormente, en 1993, se decidió legar un testimonio del largo tiempo que estuvo al lado del Neruda prófugo, cuando fue, en no pocas ocasiones, “el único observador”, como manifestó 81 . Jara supuso que la decisión de dejarle la misión de custodiar al poeta se debía a la personalidad discreta que lo caracterizaba 82 . Había aceptado, según lo que él relató, fijando eso sí, dos condiciones. La primera, que solo supiera una persona de aquella misión, y la segunda, poseer plena autonomía para actuar, las que fueron aceptadas, naturalmente 83 . Las sorpresas no faltaron en ese camino, pues cuando tuvo que ir en busca de Neruda para empezar el periplo, el vate lo estaba esperando en el hogar de Marta y Víctor Pey, coincidencia de la que nadie le advirtió, afirmó Jara, pero que le dio confianza al poeta, sobre todo por las risas simultáneas de los hermanos que se encontraron en aquellas raras circunstancias. Jara, por supuesto, suponía que esa misión de gran responsabilidad le enseñó a ser mucho más prudente en sus acciones 84 , lo que quizá resultó ser al revés. Como fuese, no son pocos los testimonios que dieron cuenta del rol que jugó Jara en esas circunstancias.
A Álvaro Jara, con 25 años y con poco tiempo en la universidad, nuevamente le tocaba enfrentar la represión y el hostigamiento de seres cercanos, pero ahora estando él comprometido de modo directo y como militante comunista. El círculo más estrecho estaba involucrado en esas luchas políticas y sociales a favor de la democracia y proyectos alternativos. Mientras el gobierno de González Videla perseguía y encarcelaba a los trabajadores y compañeros envueltos en huelgas y otras acciones, su cuñada Raquel, por ejemplo, oficiaba como abogada para la defensa de estos a través del Comité de Solidaridad y Defensa de las Libertades Públicas que se levantó para estos efectos, liderado por el prestigioso abogado Carlos Vicuña Fuentes, lo que ha demostrado Verónica Valdivia 85 . Es probable que su hermana Sara, quien cursaba sus estudios de derecho o quizá ya era una egresada, también se haya involucrado en esta lucha 86 .
Conclusiones
Álvaro Jara con 15 años, por señalar algunos eventos, no solo tuvo la oportunidad de conocer el ambiente de un grupo de vanguardia opuesto al canon e irreverente del acontecer más mundano, sino que también las batallas a favor de una nueva coalición de partidos con un proyecto social alternativo. Y no como cualquier adolescente expectante, sino, de seguro, como observador desde las entrañas mismas de aquellos movimientos. La casa de la familia Jara Hantke y la del tío Aníbal no se mantuvieron aisladas de la presencia de los nuevos aires. Al parecer, se transformaron en lugares de convergencia de escritores e intelectuales.
Vivió, por lo menos desde su adolescencia, en un ambiente empapado por las discusiones del día y sobre los tiempos pasados, presente y venideros. Un ambiente familiar agitado cultural y políticamente que lo llevó a peregrinar, desde más cerca que lejos, por los trajines políticos del tío y el hostigamiento que recayó sobre su persona; por la puesta en escena surrealista del hermano y sus amistades muy poco convencionales; por las lecturas de los libros que pasaban a través de su hermano y, de seguro, por el mundo literario de los primeros borradores de su hermana; cruzándose con escritores e intelectuales en las tertulias; inquietándose por las esperanzas de la gran parte postergada de la sociedad, por la militancia y la persecución política, ahora, directa.
A los planos que se detallaron a lo largo de este trabajo no se les asignó una jerarquía en términos de la importancia que pudieron haber tenido para Álvaro Jara, ni siquiera podemos asegurar que hayan sido los únicos y los más trascendentales. Lo que hicimos en este ejercicio fue tomar algunos de estos, en la medida en que las fuentes y los testimonios lo permitieron, para dar cuenta de su simultaneidad y diacronía, y cómo se fueron mezclando entre sí, respondiendo, sin embargo, a formas emergentes como alternativas a la cultura dominante 87 . Lo que le tocó experimentar en esos espacios y círculos no fue justamente una defensa del canon ni la aceptación de la política tradicional ni una apología y reconocimiento de la cultura hegemónica, sino todo lo contrario. ¿Estas formas de ruptura no guardaron relación con el Jara que empezó por cuestionar los modos de hacer historia en su época, con plantearse las preguntas que no podían hacerse quienes navegaban en las formas tradicionales de hacer la historia?
Después de todo, Álvaro Jara fue uno de los historiadores más importantes que renovó la historiografía en los años cincuenta y sesenta, siendo ello, quizá, un indicio de que se mantuvo en esa estructura de sentimiento, de la que habló Williams, permitiéndole abrirse paso en la anquilosada producción historiográfica que hacía gala en esos tiempos. A fin de cuentas, daba paso a la formación del historiador comprometido con un saber silenciado e ignorado. Con 25 años aproximadamente conocería a Alejandro Lipschütz y, desde este encuentro, iniciaría una nueva travesía.
Resumen:
Introducción
La familia y el tío Aníbal Jara Letelier: capital cultural y social
Renato, el hermano mayor: la vanguardia poética
Marta, la hermana mayor: ruptura continua
Volodia Teitelboim, Raquel y Sara Weitzman y Pablo Neruda: el compromiso político
Conclusiones