in Cuadernos de Historia
Salvando a un enfermo canceroso: el balance temprano de Eduardo Frei Montalva sobre el golpe de estado y el advenimiento del gobierno militar (1973)
Resumen:
Se transcriben dos mensajes remitidos en formato de telegrama al Departamento de Estado de los Estados Unidos por el embajador en Chile de esa potencia, Nathaniel Davis, poniendo al tanto a la autoridad correspondiente acerca de la favorable recepción que el expresidente Eduardo Frei Montalva daba al nuevo régimen militar surgido del golpe de Estado de septiembre de 1973, desenlace que le parecía inevitable, y de responsabilidad exclusiva del presidente Salvador Allende Gossens y el gobierno de la Unidad Popular (UP). De paso, notificó a Davis sobre la cooperación concreta que muchos técnicos y antiguos funcionarios de su administración, de filiación demócrata cristiana, estaban dando a la emergente dictadura chilena, cuya necesidad Frei aprobaba.
Introducción
Nathaniel Davis, el cumplido embajador que representó a la Casa Blanca en Santiago de Chile en los dos años de acero que antecedieron a la caída de Salvador Allende, adoptó la costumbre de tomar el té de la tarde –la honorable once autóctona– con Eduardo Frei Montalva, el otrora presidente de Chile, una o dos veces al mes, en una residencia furtiva, propiedad de un amigo en común, si bien, muy ocasionalmente, el exmandatario y su esposa también asistían a cenas y recepciones en la sede de la embajada norteamericana, en el centro arbolado de la capital (parque Forestal), a tiro de piedra del Mapocho 1 . En esas veladas invisibles y plácidas, envueltos en las arduas contingencias imperantes en la nación, Davis y Frei Montalva pudieron seguir de cerca la dramática parábola de la república antes y después de la insurrección militar que segó la presidencia de Salvador Allende Gossens, la polémica “vía chilena” y la Constitución de 1925; un proceso que suscitó entre ambos una serie de disquisiciones y comentarios, muchas veces concordantes y, a ratos disconformes, sin perder jamás, a juicio del diplomático, altura y un mutuo aprecio admirativo. Si la contabilidad del plenipotenciario de Nixon es correcta, habría sostenido con el prócer chileno entre 24 y 48 reuniones privadas; en promedio, 36 conferencias. No es poco.
El 4 de octubre de 1973, a solo tres semanas del golpe de Estado que llevó al suicidio al mandatario socialista, un Eduardo Frei, según parece más relajado y de buen talante, se aventuró a exteriorizar su sentir sobre el advenimiento de la Junta Militar de Gobierno, confiada a la presidencia de Augusto Pinochet. Davis, de acuerdo con la norma corriente de la cancillería norteamericana, hizo una minuta de la conversación y, con silenciosa diligencia, remitió al Departamento de Estado un telegrama confidente en que resumió, con detención, mediante un reporte de nueve puntos, los juicios emitidos por Eduardo Frei en la velada, en buena medida propicios a la dictadura recién implantada en el país y muy adversos al período de la Unidad Popular y a la gestión de Allende.
Frei tenía suficiente confianza en Davis como para confesar su empatía relativa con el ejecutivo entrante (la Junta de Gobierno) y el golpe de Estado que lo encaramó al poder 2 . En opinión del mandatario socialcristiano, el de la UP no había sido más que un gobierno de pistoleros (gánsteres), amén de harto venal. Desde su punto de vista, merecía ser derribado. Después de todo, afirmó, la única responsable de la tragedia que estaba aconteciendo había sido la administración de Allende y la UP, combinación política dominada, subrayó, por la “extrema izquierda”. No admitió en el curso del distendido encuentro con Davis la implicación de la Democracia Cristiana (DC), su propio partido, en el traumático desenlace de septiembre, ni tampoco la de la Casa Blanca, el empresariado nacional, los gremios, la prensa anticomunista, los terroristas de derechas, el sabotaje o la recia oposición del Congreso a la presidencia recién abatida 3 . En lo esencial, las razones de Frei anticipaban, a las claras, la polémica doctrina que defendiera luego en su vasta carta (en realidad, un ensayo) a Mariano Rumor 4 , en la interviú que mantuvo con el diario ABC de España 5 o en el prefacio que escribió para el erudito libro de Genaro Arriagada (1974), tan adverso a la experiencia allendista 6 .
Frei, como Aylwin, a la luz de informaciones diversas, subrayó en esas apariciones que Allende y la “ultraizquierda” de su propio bloque estuvieron comprometidos en la internación clandestina de armamento soviético y la formación de unidades paramilitares 7 , pese al estatuto de garantías constitucionales, que prohibía expresamente tales iniciativas, que el presidente electo firmara con la directiva del Partido Demócrata Cristiano (PDC) y pasara a ser parte de la carta magna chilena8 8 . Lo cual era cierto. En particular la constante asistencia de los aparatos cubanos y otros servicios, desde la primera hora 9 ; dinámica acentuada en las últimas nueve semanas anteriores al golpe, con la asesoría complaciente del general Prats y la República Democrática Alemana (RDA) (formación de milicias obreras) y la anuencia del presidente 10 . Los dos portavoces principales del PDC, forzando las cosas, imputaban a Allende la preparación de un golpe desde arriba, destinado a dar paso a una franca dictadura totalitaria de signo comunista. Con todo, se trataba de la creación de autodefensas dirigidas a enfrentar una insurrección “fascista” y no de otra cosa (aunque semejante ejercicio contravenía impúdicamente la Constitución y el Estado de derecho). Esa amenaza, ficticia pero sentida como real, emerge, poderosa, en las primeras declaraciones posgolpe de Aylwin y Frei y en la carta a Mariano Rumor; comprobación de que, sin citarla, ambos suscribieron la narrativa del gobierno de facto en torno al mítico Plan Zeta.
En otro plano, el máximo jerarca del PDC se lamentaba de que la Junta de Gobierno se mostrara tan reacia a compartir el poder conquistado, el cual monopolizaba con un celo intenso. No obstante, con visible complacencia consintió ante el embajador de los EE. UU. que al PDC, “le iba bien” en medio de ese cuadro mezquino, según lo evidenciaba la colaboración que muchos elementos del PDC estaban prestando al recién inaugurado gobierno soldadesco. Con entera sinceridad expuso, anotó el embajador, “la situación en cada ministerio y en muchas agencias” oficiales, reconociendo que en cuantiosas reparticiones fiscales buena parte de los cuadros y equipos técnicos anteriores a 1970 del PDC habían sido recontratados en los puestos que detentaran en el pasado reciente. Añadió que, si bien los alcaldes y regidores electos en 1971 fueron destituidos de sus funciones tras el putsch, después, las autoridades militares habían reincorporado a muchos. Buena parte de ellos –se deduce de la propia explicación– militaban en la Democracia Cristiana lugareña. En conclusión, sin perjuicio de una disidencia interna que tenía más influencia en Italia que en Chile 11 –Radomiro Tomic, Bernardo Leighton, Renán Fuentealba, Gabriel Valdés y otros–, el freísmo y el grueso del partido estaban a esa hora viviendo en coexistencia pacífica, y colaborando, con la dictadura militar recién entronizada.
Pese a todo, Frei se mantenía adolorido con ciertas decisiones del régimen de facto, que a su leal entender no pasaban de ser más que patentes errores. Entre otros, haber cerrado, sin mayor reflexión ni espera, el Parlamento, o el trato desdoroso dado a las universidades, intervenidas por la autoridad castrense.
Sin embargo, en lo que hace al poder legislativo, no se quejó del costo devastador que la clausura del Congreso Nacional implicaba para la institucionalidad democrática. Su reclamación gravitó en torno a las pérdidas de aspiraciones, carreras, estatus, funciones, dietas, oficinas y hasta de los aparcaderos automovilísticos de los miembros del Senado y la Cámara Baja cesanteados. Ni una queja, tampoco, acerca de la devastadora represión a los partidarios del régimen caído. No obstante, sería abusivo presuponer una despiadada indiferencia suya frente a dichos tópicos.
En la cita con Davis, el expresidente demandó el apoyo decidido (económico) de Washington a la Junta Militar y un esfuerzo adicional destinado a mejorar la deplorable imagen que la opinión pública internacional, equivocadamente a su ver, se había formado del nuevo poder ejecutivo chileno, con olvido de la grave culpabilidad de Salvador Allende en el desmoronamiento de una tan larga y respetada democracia política. Pero qué diablos: veía en Chile un enfermo de cáncer que debía curarse. Sin importar quién fuera el facultativo de cabecera.
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El rol de Eduardo Frei en la catástrofe ha sido juzgado disparejamente. Se le atribuye haber sido el caudillo del putsch contra Salvador Allende desde la hora primera (1970) 12 o, cuando menos, el principal facilitador del golpe final, a 13 l boicotear toda iniciativa conducente a un entendimiento sensato del PDC con la UP y al aislamiento de la derecha radical. Claro que esa imputación, a la inversa, podía hacerse, diría Aylwin, a la intransigencia tozuda de la tienda socialista presidida por Carlos Altamirano, y de la “izquierda de la UP”, hasta el mismísimo final, que bloqueó cualquier entendimiento juicioso con la dirección del PDC 14 . Los cargos y cuestionamientos vinieron inclusive desde sectores internos de la DC,
inculpaciones que Frei, en ocasiones, replicó con acidez 15 . Aún hay quien, muy conocedor de la personalidad del exmandatario, ha visto detrás de sus posiciones en aquellos tres años salvajes un raro cuadro de ofuscación sectaria 16 . Lo que parece hasta ahora fuera de dudas es que aparte de ciertos dispersos pronunciamientos retóricos concernientes a una “necesaria” intervención militar, no estuvo involucrado en la orquestación empírica del complot que terminó en el levantamiento del 11 de septiembre 17 . Sí supo con bastante anticipación de la asonada. Gabriel Valdés Subercaseaux, de paso fugaz en Santiago, a últimos de julio de 1973, visitó a Frei, quien, muy seguro de sí, le confirmó saber de buena fuente (militar) que el golpe era inminente. La fecha final le sería suministrada a tiempo 18 . Empero, es posible, al tenor de las conclusiones, que el veterano cabecilla del PDC extrajo de estas esotéricas noticias, sospechar embutida en ellas una dosis de astuta desinformación. Frei entendió que la intervención castrense iba a ser corta, muy pronto se restablecerían las libertades democráticas y la DC sería de nuevo convocada al poder perdido 19 . Todo lo contrario, al acuerdo subterráneo del núcleo subversivo envuelto en la conjura, ya decidido a ocupar largamente ese mismo poder y no redistribuirlo entre los políticos tradicionales. Que Frei, hombre ducho y cerebro potente, se equivocara tanto, presumiendo lo opuesto, es un indicio de que desconocía los objetivos y los planes reales del contubernio militar en curso, pese a las discutibles relaciones que entabló con algunos de sus agentes 20 .
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Volviendo al tema de sus declaraciones a la prensa extrajera y las cartas vitriólicas cursadas a distintas personalidades, es ostensible que cuando Frei se sinceró con Davis, tenía ya decidido dar ese paso, pasara lo que pasara. No bien lo hizo, sus planteamientos produjeron estupor mundial y una borrasca violenta. Sin embargo, pese a ello, el estadista criollo nunca puso en tela de juicio los conceptos y valoraciones que emitió por entonces, antes de girar hacia una impugnación clarividente y temeraria de la dictadura miliciana y consagrarse, en el corto hilo de vida que le restaba, a organizar y conducir, con temeridad, la heterogénea oposición nacional, empecinada en restaurar la democracia en el país. Es factible que cavilara, considerando las urgencias y apreturas soportadas por la sociedad chilena en las cercanías de los 80, en que atizar el pasado e iniciar un nuevo debate acerca de su execrada interpretación del “pronunciamiento” del 73, no aportaría gran cosa a la unidad de las heterogéneas fuerzas políticas comprometidas en la indecible empresa de acabar con la dictadura imperante; movimiento que incluía a contingentes y partidos de la izquierda “renovada”, dispuestos ahora a transar con la ayer denostada Democracia Cristiana. En términos reales, reabrir la querella afectaba la salud de la nueva causa. Mas debió pesar, también, un atributo subjetivo: Frei, tribuno, político de primera clase y orgulloso de sí, con muy poca probabilidad consentiría en entregarse a una ordalía en que debía renegar y quemar en una pira la convicciones e ideas en que, por una vez, había creído con entera sinceridad, sin importar cuán equivocadas pudieran estar. Máxime que las había puesto por escrito, un menester que el dirigente DC se tomaba demasiado en serio y le enorgullecía (había brillado en ello). En definitiva, no iba a disculparse. Y no lo hizo.
Lleguemos hasta aquí. No alarguemos más este introito comentando revelaciones que el público interesado podrá descubrir de propia cuenta. Es su derecho soberano. Al igual que los buenos sermones de iglesia, a las introducciones les sienta bien la parquedad lacedemonia.
Documentos
Sección 1 [foja 1] 21
De: Embajada americana Santiago
RESUMEN: El expresidente Frei sostuvo que la intervención militar era necesaria; mantuvo que al PDC no le ha ido del todo mal bajo la Junta y señaló los desaciertos de esta en el tratamiento del parlamento y las universidades. Se quejó de que la Junta no haya querido tener contacto con él o con el PDC, empero se mostró dispuesto a prestar ayuda, en particular en el ámbito de mejorar la imagen de la Junta en el exterior. Nos estimuló a ser generosos en la ayuda a Chile. En una conversación posterior conmigo, el general Leigh objetó cualquier vínculo cercano con el PDC o con “políticos”, en ese momento. Fin del resumen.
1. Me reuní en privado con el expresidente Frei para tomar el té, la tarde del 4 de octubre. Frei se mantiene firme en su convencimiento de que la intervención militar era necesaria. Lamenta profundamente que no fuera posible llegar a una solución constitucional e institucional, pero culpa de ese fracaso directamente a Allende, el presidente, y a los extremistas de izquierda. Me señaló que “no había duda” que los militares tenían que actuar. Además, se expresó en términos muy duros sobre el “gansterismo y la corrupción” 22 del anterior gobierno, aseverando que las revelaciones que han salido a la luz desde el 11 de septiembre han comprobado que las cosas [foja 2] fueron incluso peores de lo que presumían los líderes de la oposición.
2. En cuanto a la suerte del Partido Demócrata Cristiano, Frei afirmó que le va bastante bien a nivel secundario y técnico. Describió la situación en cada ministerio y muchas agencias, apuntando que, en una repartición semiautónoma tras otra, el equipo técnico anterior a 1970 había sido reincorporado en gran medida a los cargos que ocupaba antes. A pesar de que los alcaldes y concejales electos han sido destituidos de sus puestos, las autoridades militares han vuelto a nombrar a muchos de los mismos. En las pequeñas urbes de Chile, las autoridades militares conocen a los líderes de la oposición, han trabajado con ellos en privado y, desde luego, se dirigen a estos cuando ocupan sus nuevas tareas de gobierno.
3. En lo que se relaciona con la cúpula del Gobierno, los militares no comparten el poder real con nadie. Ocupan ellos mismos los puestos más altos. Unos pocos líderes gremiales, como Orlando Sáenz, han pasado a ocupar altos cargos de asesoría. Con todo, el Partido Nacional, de acuerdo con Frei, no lo está haciendo mucho mejor que los demócrata dristianos. Frei argumentó, con cierta jocosidad, que Jarpa se había ido a Caracas en [medio] de una nube de frustración y molestia, y que el senador Patricio Philips está tan furioso que está para que lo aten (Gustavo Alessandri me expresó hoy que Jarpa está “explicando el golpe” en Caracas y varias otras capitales). Frei expuso que la postura correcta para el partido Demócrata Cristiano es adoptar una discreta posición de apoyo, y aceptar la necesidad política de hacerse a un lado y silenciarse por un período muy considerable de tiempo. Frei dijo que sabía que los demócratas cristianos serían ignorados y a veces desacreditados. Mientras tanto el partido debe trabajar con furia en las bases, con las juntas de vecinos, los campesinos, los obreros, las mujeres y los pobres. Es muy probable que la Junta permanezca en el poder varios años. Si el Partido Demócrata Cristiano no funciona eficientemente, serán los comunistas los que se organicen cuando la vida política vuelva a la superficie, y la vida política reaparezca, ya que el pueblo chileno es políticamente sofisticado y comenzará a demandar sus derechos y libertades políticas, antes incluso de que pase un año. Chile no es Brasil [foja 3] ni Perú, recalcó Frei. Por el momento, los chilenos ven con gusto la oportunidad de volver a trabajar, e incluso que les fuercen a volver a trabajar. Hay cosas que los militares pueden hacer ahora, dijo Frei, que un gobierno civil democrático nunca podría hacer. Por ejemplo, un izquierdista destituido de su cargo. Frei dijo que conocía casos en los que había ocurrido exactamente esto; el izquierdista vuelve a casa con su mujer y cae en sus brazos. Los dos rompen su última botella de pisco para celebrar que el marido está en casa, libre y a salvo. El hecho de que haya perdido su trabajo casi se olvida en el júbilo por el hecho que los militares le hayan dejado marchar. Si se tratara de un gobierno civil democrático, los senadores intervendrían para asegurarse que tal o cual funcionario no fuera cesado, y en lugar de despedir a miles de personas de un ministerio del gobierno, el resultado sería, quizás, 150 despidos.
4. Esto no implica, dijo Frei, que los militares hayan evitado graves errores. El más deplorable de ellos, según Frei, fue el trato que los militares dieron al Congreso y a las universidades. En lo que respecta a los parlamentarios del PDC, “casi todos ellos, al igual que el 98 por ciento del partido en su conjunto, estimaron que la intervención militar era necesaria”. Eso es interesante. Frei dijo que Bernardo Leighton no logró conseguir más firmas que las que recogió para su declaración disidente (Santiago A 191) 23 . Leighton presionó mucho a varios viejos amigos, incluidos algunos que estaban profundamente en deuda con él. No obstante, el Partido Demócrata Cristiano se mantiene esencialmente indivisible. Sin embargo, algunos senadores y parlamentarios demócrata dristianos se han visto muy afectados, y de manera del todo innecesaria, por la dura actitud militar hacia el congreso. Los parlamentarios no solo perdieron sus salarios, sino que, además, perdieron sus cargos, su mobiliario, la asistencia de su personal e, incluso, sus estacionamientos. Los senadores y congresistas demócrata cristianos no eran hombres ricos; más relevante aún, sufrieron el golpe psíquico de perder posiciones que eran la culminación del anhelo de toda una vida. A pesar de todo esto, aseguró Frei, los senadores han reaccionado bastante bien. Las dos excepciones más notables son [foja 4] Tomás Pablo y Renán Fuentealba. En lo que toca a las universidades, Frei estima que la Junta cometió un error extremadamente grave.
Sección dos 24
5. Más con tristeza que con aparente enfado, Frei continúa describiendo la falta de voluntad de la Junta para tener un contacto sustancial con su partido o con él. Dijo que el presidente del PDC, Patricio Aylwin, inclusive había llegado tan lejos a comienzos de la semana pasada (probablemente el 24 de septiembre) como para dirigir una carta a la Junta proponiendo una reunión. La carta no ha sido contestada. (Esto parece ser una ampliación de lo que Troncoso me señaló el 29 de septiembre. Ver Reftel 25 ). Frei dijo que Aylwin está frustrado, nervioso y exhausto. El consejo de Frei a Aylwin fue que se tomara una semana libre, viajara al sur y descansara un poco. Frei cree que Aylwin lo ha hecho. ([TACHADO] tiene otra versión del viaje de Aylwin al sur, [pero] en esencia es similar) En lo que refiere al propio Frei, ha realizado varios sondeos informales y está claro que la Junta no quiere abrir ningún diálogo directo. Frei está cerca, en cordial contacto, con Bonilla y Vio 26 . Uno de los contactos de Frei sugirió la posibilidad de una reunión con Pinochet, quien contestó: “No estoy listo para hablar con ese gallo”. En apariencia, Pinochet demostró cierta falta de confianza en sí mismo en esta esta materia, y el miedo a que un tipo inteligente como Frei le diera vuelta en una negociación. La impresión de Frei es que la actitud de la Junta es una mezcla de desconfianza y un fuerte prejuicio contra la política, los políticos y los partidos.
6. A pesar de lo anterior, Frei parece dispuesto a brindar alguna ayuda a la Junta. Describió una plática extraoficial que acababa de tener con algunos corresponsales, en la que había exteriorizado su opinión acerca de que la intervención militar había sido [foja 2] necesaria, y que la Junta está haciendo algunas cosas imprescindibles. Al representarme su visión actual de la situación, Frei empleó el símil de un enfermo de cáncer. El paciente, a la postre, contradijo el consejo de tomar aspirina y pasó por el quirófano; ha perdido la mitad de su estómago y algunos otros órganos, pero el médico le ha dicho que la enfermedad maligna ha desaparecido y que puede iniciar el tratamiento de recuperación 27 .
7. Frei está meditando escribir un artículo sobre la situación chilena que puede contribuir a contrapesar las exageraciones y deformaciones que parecen estar dominando la prensa extranjera. También está contemplando enviar al senador Kennedy una copia anticipada de este escrito o un breve mensaje personal. Me preguntó si estaría dispuesto a garantizar una entrega segura y privada y le señalé que estaría encantado de hacerlo.
8. El consejo que nos dio Frei fue ayudar a Chile. Chile tendrá una gran necesidad de nuestra ayuda económica en su recuperación, y Frei espera que seamos generosos. También sugirió que hiciera lo que pudiera para reorientar las informaciones de prensa poco halagüeñas sobre Chile, que abundan. Dije que la capacidad de un embajador para hacer esto es limitada.
9. Comentario: Aproveché un almuerzo que ofrecí el 5 de octubre para que Walter Heitmann hablara brevemente con el general Leigh sobre las relaciones de la Junta con los demócratas cristianos. Leigh se quejaba de las falsedades y calumnias de la prensa extranjera contra Chile. Le consulté a Leigh si había pensado en la posibilidad de que los demócratas cristianos pudieran colaborar con este problema de imagen extranjera. En respuesta, Leigh manifestó algunas opiniones bastante poco encomiásticas sobre los políticos y los partidos. Indicó que no era muy fácil tratar con los demócratas cristianos (lo que es cierto) y mostró considerable disgusto hacia Patricio Aylwin. Le pregunté si tenía algún contacto con Frei. Leigh dijo que no y observó que Frei era una persona de tal jerarquía y prestigio que sería un tanto difícil tratar con él 28 . Leigh expresó que era relevante para la Junta no involucrarse con ningún partido durante este tiempo. Le pregunté si existía la posibilidad de incorporar la ayuda de la Democracia Cristiana sin que la Junta estuviera comprometida [foja 3]. La reacción de Leigh fue que estaría feliz si los demócratas cristianos estaban decididos a ayudar, y creía que estaban haciendo algo al respecto, pero no deseaba que la Junta solicitara ese auxilio.
Davis
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