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in Revista Chilena de Literatura
Auditor ausente
Auditor ausente es una novela filosófica, la primera escrita por la profesora de filosofía de la Universidad de Chile, Sandra Baquedano, donde a través de un género literario híbrido, que oscila entre literatura y filosofía, cuenta la vida de Bernardo, un estudiante de Filosofía de la Universidad de Chile que padecía trastorno bipolar. Si bien el curso de su vida se narra detalladamente en la segunda parte de la novela, en la primera, como preludio, la narradora Marta, se adentra en las crisis psiquiátricas de Benno, quien puede ser –según lo juzgue el lector– el mismo personaje principal que entra en escena en la segunda parte de la obra, es decir, el personaje con el que dialoga Marta y que en algún momento se transforma en su “auditor ausente”.
Marta confiesa que el único tratamiento sistemático que ha seguido en el camino hacia su sentido vital se lo procuró la contemplación global de la vida de Bernardo, pasando a describir en una serie de capítulos su infancia “Entre el astillero y las travesías de infancia a la isla Orrego” (93-105), su adolescencia “La adolescencia en los bancos de la plaza de Constitución” (106-109) y su juventud “De provincia a la capital” (110-127), hasta que se le desencadena la primera crisis psiquiátrica “La vida universitaria” (128-133).
En el apartado “El comienzo del calvario y los días de indigencia” (134-145) se retrata el deterioro suyo derivado del trastorno bipolar y cómo de ser considerado el mateo (siendo objeto de bullying por este hecho), el mejor de la escuela, del liceo o del internado, puntaje nacional en la PAA, etc., se ve atrapado en sistemáticas internaciones en diversos psiquiátricos, terminando por mendigar en las anónimas calles de Santiago en la ausencia de alternativas de integración por parte de nuestra sociedad.
Gracias a novelas como estas, es que casos reales como los de Bernardo y otros estudiantes que encarnaron valores y talentos admirables, no quedan en el olvido.
Auditor ausente constituye un testimonio que puede remecer en lo más hondo al lector y llevarlo a ahondar fielmente no solo en los tormentos de un joven con trastorno bipolar, sino en toda su grandeza en la locura, en el sufrimiento espiritual que no logra ser revertido por tratamiento alguno y en el horizonte último del suicidio.
Mientras más cruda es la realidad, más trabaja la fantasía en configurar otra, una que no resulte tan adversa, una en la que al menos se pueda vivir. Esta novela con un estilo literario y una riqueza filosófica conmovedores acerca al lector a la vida de un joven que violentamente se ve arrojado a un universo donde se pierden las fronteras reales. Su pacifismo, su antiespecismo, su compasión hacia el resto de los seres vivos, independiente de la especie, contrasta con la violencia de sus crisis, los traslados forzados de un centro asistencial a otro, la pobreza de los hospitales psiquiátricos y finalmente el abandono, la incomprensión, la marginalidad, los prejuicios a los que se ve sometido, que parecen volverse más tortuosos que las voces que solo él puede escuchar.
La realidad se torna cruel cuando la afirmamos, se presenta con tal crudeza que puede generar dolor: “Tomar conciencia de la realidad es como una caída y un descenso abrupto” (Baquedano 2017: 48), alude Marta en una conversación con Bernardo mientras pasean por la costa. Un descenso sin paracaídas ni anestésicos.
Por razones diversas, ambos personajes vivencia estados anormales de la conciencia, sin máscaras, sin el Velo de Mayaque, por añadidura, por efecto inevitable, provoca daño en el mundo. Al descorrerlo, la ilusión de la vida individual se deshace, la diferencia entre la vida personal y la de los otros, se derrumba. Unos son parecidos a nosotros, otros no tanto; unos hablan con gran elocuencia y a través de su palabra fundan la normalidad, otros balbucean cosas inentendibles para los oídos dominantes sin siquiera a veces lograr articular palabras. Estos últimos, portadores de la locura y de la animalidad afásica extranjera de la humanidad normal, se abren al afuera, habitando los bordes de otro mundo, el de los no iguales, y en el caso de Bernardo, el del ser-otro. Ellos habitan en una inclusión en tanto que exclusión. Por su parte, el especismo que instrumentaliza a animales no humanos de diversas formas, como puede ser para alimento, entretención o experimentación científica, hacen del dolor y la restricción de libertad condiciones ineludibles.
Auditor Ausente nos quita el Velo de Maya –desde donde priman ciertos modos de ser en el mundo en detrimento de otros– para describirnos con una escritura afectiva, qué significa ser-otro, ser extraño, ser-extranjero o apátrida en un mundo misterioso y desconcertante como el que se describe a través de la depresión de Bernardo, las crisis de Benno o en los “Viajes de introspección sin mí” de Marta (Baquedano 2017: 77-83).
Así se implica uno con los parajes profundamente introspectivos de Bernardo, Benno y Marta, pero realistas a la vez, de una geografía dibujada con las letras que Sandra Baquedano va urdiendo, angustiantes la mayor parte de las veces. Aquí se conjuga el mundo, entre el afuera y el adentro. El mundo externo de las cosas es el espejo del interior, del cual Bernardo hace suyo el padecimiento de los demás, sean estos humanos o peces, estudiantes de teología o extranjeros desconocidos. El personaje principal es del todo consciente que afirmar el yo sobre otro, puede implicar afirmar una relación en donde sus partes se transforman en víctimas y verdugos.
Bernardo es oriundo de Constitución, un pueblo anclado entre el río Maule y el inabarcable Océano Pacifico. El pasar de dos fuerzas gigantes que se abrazaban le hacían sentir la vulnerabilidad de la existencia. Desde pequeño, hijo de pescador, se tuvo que volcar al trabajo en el río y el mar. Se cuestionaba por qué tamaño narcisismo el del ser humano mientras colaboraba con el dinero necesario para poder comer. En este contexto, evidenciaba el dolor que sus seres más cercanos y él mismo provocaba, lo experimentaba en toda su grandeza junto a los peces que él mismo tenía que capturar, luego mutilar y salar con tal de cambiarlos por dinero.
Bernardo siempre estuvo ligado a geografías y parajes marítimos que marcaron su ser perceptivo. A su vez, el pacifismo innato suyo iba determinando las relaciones que establecía a lo largo de su vida, pero cuando se veía envuelto en situaciones o circunstancias donde primaba la violencia, emergía un dolor espiritual que no le resultaba tan fácil de aplacar. Era testigo de una violencia que con fuerza se aplicaba sobre otra fuerza, en donde una resultaba victoriosa y con efectos catastróficos: sufrió el trato de su padre, sufría al rasgar la piel de los peces, restringirles sus movimientos y libertades: “(…) aborrecía el oficio de la depredación. Con la diabólica resistencia que oponían esos escurridizos vertebrados entre las redes, corroboraba de la forma más cruel la esclavitud de ellos a merced de los pescadores. Si bien lo había hecho desde temprano para sobrevivir, le resultaba abominable enseñar a desgarrar y desentrañar a un pequeño ser que pudiera sentirlo. No fue capaz de asumirlo con la naturalidad que lo arraigaba al ecosistema y que lo hacía sentir parte del río o del océano. Por primera vez pareció descubrir una complicidad con las gaviotas destinadas a hacer lo mismo que él, cruel y ferozmente. Veía en esos verdugos del viento el universo completo, extensión que despertó en él una profunda compasión. Contemplaba meditabundo cómo planeaban y batían sus alas sin cesar, buscando relevarse de ese instinto salvaje de supervivencia que significaba la depredación” (Baquedano 2017: 99).
Bernardo habita el mundo de forma que sus sentidos prestan atención a las relaciones que los seres humanos establecen entre sí: egoísmo, individualismo, despotismo y especismo. Su inteligencia privilegiada se relaciona con saber captar el padecimiento que hay en el mundo, de llegar a reconocerse a sí mismo en todos los seres, haciendo de algún modo “suyo”, los sufrimientos del resto (Schopenhauer 2003: 53; 2007: 236).
A principios del siglo XX los incipientes estudios psicoanalíticos de la cultura apostaban por hablar sobre un “malestar social” producto de la represión cultural de las pulsiones de vida y de muerte (Freud 2007). En la misma línea, finalizada la I Guerra Mundial, se habló acerca de una “crisis de la experiencia” de los soldados que volvían a sus hogares, la cual se manifestaba en una imposibilidad de comunicar lo que habían experimentado en el campo de batalla (Benjamin 1933). Lo que acomuna a estas dos explicaciones sobre patologías psíquicas es el otorgarle suma relevancia al contexto, al mundo, desplazando el análisis psicológico que hace del individuo atomizado de la sociedad el portador del mal que lo invade. Y es que Bernardo, testigo de la catástrofe, no pudo dar un paso hacia la indiferencia. Fue así como los dolores del mundo, de los demás, de su familia, cercanos, se convirtieron en un padecimiento que devino en sufrimiento. Fue así, sostengo, que el mundo que le tocó vivir a Bernardo fue también la condición de posibilidad que diera lugar a su trastorno de bipolaridad deteriorante, a la existencia crónica de un padecimiento de orden espiritual, volviéndose un atascamiento sin salida, anclándose a todo presente y a cualquier porvenir posible.
Ahora bien, del dolor que padece Bernardo se desprende algo positivo pues moviliza afectos para exteriorizarlos, siendo fiel a una ética que Marta reconoce desde el primer momento: su compasión y solidaridad sin límites. De este modo, en su paso como estudiante de teología, se explicaría su riguroso pregonar acerca de lo que él denominaba un “Cristianismo sin religión”, al modo como, si se me permite la analogía, jaimistas pudiesen referirse al “aisa” o respeto irrestricto hacia los seres vivos, en tanto que la compasión o piedad como forma de vida no responde al mandato de una entidad por sobre los mortales –un Dios, por ejemplo–, sino que responde a la comunidad sensible que constituimos, dado el sentimiento de identidad de todos los seres humanos y de todos los seres, incluyendo a los demás animales.
Posteriormente, Marta reconoce a Bernardo en Benno, pues su solidaridad y compasión hacia los demás seres vivientes se encarna en su forma de vida vegana, pero al mismo tiempo Marta se identifica con Bernardo estableciendo una relación de admiración, de ahí que pueda explicarse su vegetarianismo como contagio positivo, para iniciar la construcción de un mundo más justo donde tengan cabida todos los seres vivientes, sean estos gigantes, domésticos y silvestres, o empequeñecidos para nuestra finita percepción, como la abeja que Benno auxilió mientras almorzaba con Marta en el psiquiátrico GardenKrankenhaus. La latencia espectral de Bernardo retorna con más fuerza que nunca sobre Marta cuando Benno, estando en el hospital, extendía su solidaridad compasiva hacia un invertebrado. El mismo ser que Heidegger ocho décadas antes categorizó como perturbado, sin reflexión, articulando así su tesis universal que sostiene que los animales se caracterizan por su “pobreza de mundo” [Weltarmut] (Heidegger 2007). De esta manera, una distancia abisal se distingue entre la violencia epistémica que Heidegger intentó ejercer sobre todas las especies animales, excepto la del ser humano, y la abeja que Benno socorrió para que no se ahogase en el vaso del cual bebía su jugo, reconociendo en ella un ser vivo irreductible en su singularidad.
Si se me permite otra analogía para terminar, tal como Nietzsche abrazó llorando al caballo de Turín que no podía emprender marcha dado su deplorable estado de salud, pese a que su propietario le seguía propinando latigazos por desobedecer y no tirar del carro, así como el filósofo abrazó desesperadamente como un intento, tal vez, de pedir perdón por la humanidad –por el especismo arraigado como norma, por Descartes, su llanto surcó un dolor sin precedentes para su biografía del cual nunca logró volver–, de manera similar Bernardo, Benno y otros incansables en la lucha contra la dominación, hicieron suyo el dolor de los demás seres golpeados por los verdugos de este mundo, convirtiéndolos en obra, acción, padecimientos y estados sin retorno.
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Author
Gustavo Yáñez González
Universidad de Chile. Chile, Chile