in Revista Chilena de Literatura
Gabriela Mistral, Federico de Onís y la publicación de Desolación en 1922
Resumen:
El presente trabajo se propone un doble objetivo. Por un lado, busca caracterizar la escenificación autorial de Gabriela Mistral hacia el año 1922, es decir, en el contexto de publicación de su primer poemario, Desolación. Por otro lado, indaga en el proceso que hizo posible la primera edición del libro, que no tuvo lugar en Chile sino en la ciudad de Nueva York, Estados Unidos, por mediación del filólogo español Federico de Onís. Metodológicamente, el estudio desplaza su foco desde el análisis de la escritura poética misma hacia las dinámicas del campo literario y cultural iberoamericano. De esta forma, explora en las condiciones bajo las cuales Mistral logró publicar su libro y construir una figura pública como una poeta e intelectual de relevancia en la escena latinoamericana e internacional entre las décadas de 1920 y 1950.
INTRODUCCIÓN
Gabriela Mistral ( Vicuña, Chile, 1889-Nueva York, 1957) publicó su primer poemario bajo el título Desolación en 1922, pero no lo hizo en su país, sino en los Estados Unidos, a través del Instituto de las Españas que había creado pocos años antes el filólogo español Federico de Onís ( Salamanca, España, 1885-San Juan, Puerto Rico, 1966) en la Universidad de Columbia en Nueva York. Es una decisión cuyas condiciones exploraremos en este texto y que Mistral tomó cuando todavía trabajaba como profesora en Chile. Para entonces, con treinta y tres años, era ya una poeta reconocida y premiada cuyos textos estaban siendo recogidos en revistas de otros países, pero todavía no contaba con un libro publicado. La aparición de Desolación y su partida definitiva de Chile en 1922 marcarían la biografía de Mistral, dando inicio a una carrera literaria, intelectual y diplomática que solo concluiría con su muerte en 1957. Sin duda, el hito más importante de esos treinta y cinco años de vida pública y de residencia en distintos países lo constituyó la obtención del Premio Nobel de Literatura en 1945, un galardón que la Academia Sueca le otorgó, basándose, en buena medida, en el impacto que había tenido su primer libro.
Junto con delinear la figura o escenografía autorial 1 de Gabriela Mistral hacia 1922, es decir, en el contexto de la publicación de Desolación, este ensayo indaga en el proceso que conduce a esa primera edición en Nueva York por iniciativa de Federico de Onís. La metodología de trabajo, entonces, no se centra en el análisis de la escritura del poemario, sino en las dinámicas del campo literario y cultural iberoamericano y en la amistad literaria que gestaron ambos escritores en 1921, haciendo posible la aparición del primer poemario de Mistral 2 . En este marco, busco evidenciar las circunstancias que enmarcaron la aparición de Desolación y las estrategias que la poeta utilizó no solo para publicar el libro, sino para construir una figura pública como una escritora e intelectual de relevancia latinoamericana e internacional desde la década de 1920 a la de 1950.
1. GABRIELA MISTRAL: DE MAESTRA RURAL A POETA E INTELECTUAL PÚBLICA
Gabriela Mistral, cuyo nombre de pila era Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, nació el 7 de abril de 1889 en Vicuña, una pequeña ciudad ubicada a 534 kilómetros al norte de Santiago de Chile, y creció en el pueblo de Montegrande, al interior del valle del río Elqui, en el seno de una familia modesta de origen campesino. Sus padres fueron Juan Jerónimo Godoy Villanueva, maestro y cantor, y Petronila Alcayaga Rojas, modista, quienes formaron un núcleo al que se agregaron dos hijos nacidos de uniones previas de los padres y que tendrían influencia en la vida de la poeta. Por un lado, Emelina Molina Rojas, quien fue su primera maestra; por otro, Carlos Godoy Vallejos, el padre de Yin-Yin, sobrino al que Mistral crio como un hijo hasta su suicidio en Petrópolis (Brasil), en 1943, a la edad de 18 años.
Su madre y Yin Yin son dos figuras significativas en la escritura de Mistral: la primera es simbolizada, entre otras versiones, en la imagen esquiva que la sujeto lírica persigue oníricamente en el poema “La fuga” del libro Tala (1938). Y Yin Yin, aparece fantasmáticamente en distintos tipos de textos, como en el poema “Aniversario” de Lagar (1954), en el Cuaderno 137 de sus manuscritos 3 y en su correspondencia tardía. La figura del padre, quien abandonó a la familia tempranamente, posee poca entidad en la poesía mistraliana. Sin embargo, como sostiene Grínor Rojo (Dirán que está en la gloria 23), su gravitación no es irrelevante, dado que es quien habilita en Gabriela el ejercicio de la palabra, y así fue reconocido por ella 4 .
La formación escolar que Mistral recibió en su infancia y adolescencia le permitió iniciarse desde muy joven en el magisterio como docente rural y de provincias, labor a la que agregó, entre 1905 y 1914, la producción de escritos para la prensa del Elqui. Sin embargo, el radicalismo social y anticlerical que evidenció en sus años formativos le granjearon la animadversión del obispo de La Serena, bloqueando su acceso a la Escuela Normal de Preceptoras de esa ciudad (Rojo, Prólogo 15; Cabello Hutt 19). En 1910, se trasladó a Santiago y enseñó en la Escuela de Barranca, y, tras pasar los exámenes en la Escuela Normal N.º 1, se convirtió en Profesora de Estado. Ese título la facultó para enseñar en todos los niveles escolares y le abrió la posibilidad de desempeñarse como maestra y directora en establecimientos educativos de Chile. A partir de 1911 su trabajo la obligó a desplazarse entre Antofagasta y Punta Arenas, pasando por varios puntos intermedios, y en 1920 se radicó en Santiago, donde había obtenido una plaza para dirigir el Liceo de Niñas N.º 6 5 .
De forma paralela a su labor docente, Mistral desarrolló su escritura poética y su prosa, tanto la de carácter lírico como la prosa de ideas, dando forma a muchos de los textos que después incorporaría en Desolación. Los Juegos Florales de 1914 la pusieron bajo la luz pública al obtener la “Flor Natural”, la “Medalla de Oro” y la “Corona de Laureles” por su tríptico “Los sonetos de la muerte” (Rojo, Prólogo 9) 6 . Sin embargo, Mistral no fue a recibir esa distinción. Como ha demostrado María de la Luz Hurtado (170), una suma de contradicciones de clase, raza y género hacían imposible su presentación en un evento cuya coreografía no admitía el protagonismo de una mujer, menos aún si era pobre y étnicamente mestiza. De hecho, las mujeres solo participaban en la performance de los Juegos como integrantes de una “Corte de Amor” de damas aristocráticas, cuya función era coronar a los poetas triunfantes.
“¿Podía una mujer, dentro de este ritual de esquema heterosexual, consagrar a otra mujer como reina de la fiesta, reconociendo en ella al Arte y la Belleza?”; ¿podía, al mismo tiempo, homenajearla rindiéndole “tributo simbólico de vasallaje”? Las preguntas de María de la Luz Hurtado (180) solo admiten un no por respuesta. Evidentemente, esas posibilidades no existían, dado que la escena prevista para el cierre de los Juegos era la de una Reina de la Fiesta que acompañaba a un trovador triunfante, quienes eran exhibidos como ejemplo “del mejor ensamblaje hombre-mujer para el perfeccionamiento de la raza blanca” (Hurtado 181). En esta encrucijada, Mistral decidió no asistir a la ceremonia de premiación y justificó la ausencia por su dedicación al trabajo docente y por la carencia de un “traje adecuado” (Hurtado 183). Esta representación autorial, que ella misma avaló en numerosas ocasiones, no solo le permitiría marcar una distancia frente al establishment social y literario, sino que resultaba del todo verosímil con las imágenes que circulaban en la prensa, y que ella misma reforzaba con declaraciones y apariciones públicas, mostrándose con un atuendo austero, un peinado sencillo y una expresión seria 7 .
Consciente de las restricciones que su posición de clase, raza y género le imponían en un espacio literario-cultural elitista, conservador y androcéntrico como lo era el chileno de inicios del siglo XX, donde tampoco selló alianzas con el feminismo liberal que lideraba entonces Amanda Labarca 8 , desde mediados de la década de 1910 Mistral se aventuró en espacios de difusión y reconocimiento más allá de las fronteras nacionales. Revistas como PBT, Atlántida, Mundo Argentino y Nosotros, de Buenos Aires, publicaron poemas y prosas suyas, al menos desde 1916, y, con regularidad, a partir de 1920. Al mismo tiempo, en estas publicaciones comenzaron a aparecer reseñas sobre sus poemas. El 10 junio de 1916, el semanario PBT le dedicó un artículo de plana completa que incluía un retrato fotográfico y cuyo título era “Una poetisa chilena”. Allí se reseñaba su triunfo en los Juegos Florales y se transcribían in extenso “Los sonetos de la muerte”. Asimismo, el artículo destacaba su papel como la única figura femenina entre la multiplicidad de voces poéticas emergentes en Chile: “A ratos calla el fraternal concierto y se eleva sola, siempre majestuosa, delirante a veces, la voz de una mujer. Es una mujer grave y sencilla –una maestra– Gabriela Mistral” 9 .
En julio de 1919, la poeta argentina Alfonsina Storni (156) se refería a Mistral desde su columna en la revista La Nota, de Buenos Aires, integrándola a la cohorte de poetas mujeres que se distinguían en Uruguay, Argentina y Chile. Si bien subrayaba que Mistral aún no tenía un libro propio, ello no le impedía ubicarla dentro de la “primera línea” poética femenina. Poco después, en agosto de 1920, Storni volvía a ocuparse de Mistral, esta vez desde el diario La Nación, escribiendo un artículo consagratorio que tituló con el nombre de la poeta. Decía Storni: “Hay en Chile una escritora de gran valor: Gabriela Mistral. Maestra, poetisa, cristiana, mujer, Gabriela Mistral es hoy, en América, una de las cabezas femeninas más resplandecientes” (159).
La nota de Alfonsina daba cuenta de las diversas facetas de la figura pública que Mistral se esmeraba en construir. Junto con llamarla poetisa, el texto realzaba su rol como educadora, su espiritualidad cristiana y también su condición de género. Son identidades que la misma Mistral utilizaría en sus colaboraciones para la revista Repertorio Americano, de Costa Rica, desde 1919 en adelante. Esta publicación literaria, cultural y política, que había fundado ese mismo año Joaquín García Monge en el país centroamericano, se convertiría en una palestra permanente para Mistral hasta el final de su vida 10 . Desde sus páginas difundió trabajos en verso y prosa, así como su labor como educadora e intelectual. A la vez, la revista le permitió interactuar activamente con un amplio círculo de escritores y artistas –varones y mujeres– que se congregaron en torno a la publicación. Se trataba de una red latinoamericanista que también incluía a intelectuales de otras partes del mundo, cuya orientación explícita era la promoción de la producción cultural y literaria iberoamericana, el fortalecimiento de los vínculos entre intelectuales latinoamericanistas y, también, la solidaridad continental frente a los avances imperialistas de los Estados Unidos, sobre todo en México y Centroamérica.
Como ha demostrado Eduardo Devés, Mistral tuvo protagonismo en la red tejida en torno a Repertorio Americano. De hecho, ella la utilizó activamente para establecer conexiones que sustentaron su carrera artística y profesional fuera de Chile, incluso después de haber sido incorporada al servicio diplomático de su país en 1932. Esa red fue la que le facilitó su acercamiento a José Vasconcelos 11 y la invitación que recibió para colaborar con su proyecto educativo desde la Secretaría de Instrucción Pública de México que lideró entre 1922 y 1924 12 . Más ampliamente, estos vínculos le brindaron a Mistral una plataforma pública que sostendría mediante múltiples alianzas personales e intelectuales gestadas en un espacio transnacional. Claudia Cabello Hutt (2) ha observado que las actuaciones de Mistral suponen verdaderas estrategias destinadas a dar forma a la figura de renombre mundial que la poeta llegaría a ser. Esas acciones involucraron tanto dimensiones públicas como privadas, que Mistral desplegó en un contexto atravesado por las tensiones de una modernidad naciente. Señala Cabello Hutt:
Para comprender ese proceso [de escenificación autorial, mi agregado] es necesario considerar la riqueza y complejidad del relato que ella crea de sí misma, la efectividad de su representación visual, las tensiones dentro de la persona Gabriela Mistral, el posicionamiento estratégico que logra en el tensionado mapa social y político de las primeras décadas del siglo XX, así como las redes que se tejen en torno a ella; redes que, por lo demás, cuentan la historia de su tiempo, el abismo del cambio de siglo y la desigual modernidad latinoamericana. Porque una escritora como Mistral no opera en el vacío […] Enfrentó el desafío de situarse en un campo literario controlado mayoritariamente por hombres desde las capitales. (2-3)
2. FEDERICO DE ONÍS: UN HISPANISTA EN NUEVA YORK
Federico de Onís, el filólogo español que enseñó por casi cuarenta años en la Universidad de Columbia en Nueva York, fue un actor clave en el camino que llevó a la publicación de Desolación en 1922. Según explica el ensayista portorriqueño Luis de Arrigoitía (“Federico de Onís” 31), Onís se había instalado en aquella ciudad en 1916, enviado por el Centro de Estudios Históricos de Madrid que dirigía entonces Ramón Menéndez Pidal. El Centro buscaba impulsar la enseñanza del español en los Estados Unidos dado que, en el contexto de la Gran Guerra, el intercambio entre España y los otros países de Europa se había tornado difícil. Por otra parte, como sostiene Alfonso García Morales (491), desde el punto de vista de los Estados Unidos, ese renovado interés por el español coincidía con una visión geopolítica que veía a Hispanoamérica como el espacio de expansión natural para el país norteamericano. Así, a fines de octubre de 1920, y con el patrocinio del Departamento de Lenguas Romances de la Universidad de Columbia, Onís fundó el Instituto de las Españas, que desde 1940 pasó a llamarse Hispanic Institute.
Según afirma Octavio Ruiz-Manjón (148), otras instituciones también contribuyeron a la concreción del Instituto de las Españas, como el Institute of International Education de la Universidad de Columbia, The American Association of Teachers of Spanish, la Junta para la Ampliación de Estudios (España) y algunas universidades norteamericanas y españolas. Estas organizaciones coincidían en la idea de crear “un centro para el estudio de la cultura hispánica, promover el interés en las civilizaciones española y portuguesa, y favorecer las relaciones entre los Estados Unidos y todas las naciones hispánicas” (Ruiz-Manjón 148). Entre los fines declarados del Instituto también se contaban el estímulo al estudio de las lenguas española y portuguesa, la invitación a hispanistas destacados, la organización de conferencias y veladas literarias y musicales, y la publicación de libros 13 .
En cuanto a la perspectiva estética que orientaba la labor académica de Onís en esos años, apuntaba al develamiento de la “originalidad hispanoamericana”, procurando distanciarse de la concepción de que esa literatura debía juzgarse desde un punto de vista netamente europeo (Meléndez 32). El propio Onís explicitaba su perspectiva años más tarde en “La originalidad de la literatura hispanoamericana”, ensayo incluido en el libro España en América 14 .
Creo que la originalidad de la literatura hispanoamericana existe desde el momento que existe América; […] Yo diría, sin vacilar, con nuestro gran humanista hispanoamericano Pedro Henríquez Ureña, que la primera obra de la literatura hispanoamericana es el diario que Colón llevaba en su barco cuando viajaba hacia el descubrimiento. Colón escribía ese diario en castellano […] y en él están ya todos los temas eternos de la literatura hispanoamericana. (120)
A pesar de esta apertura hacia la identidad de la producción literaria hispanoamericana, las relaciones de Onís con los escritores de la región, e incluso con Mistral, no siempre fueron fluidas, dado que se tejían en medio de las polémicas entre perspectivas prohispanistas e hispanoamericanistas, y entre visiones panamericanistas, que promovían un mayor acercamiento a los Estados Unidos, y latinoamericanistas, que eran críticas frente al hegemonismo norteamericano. En definitiva, estas relaciones intelectuales necesariamente se vieron afectadas por las tensiones que se arrastraban desde los años de la intervención norteamericana en la guerra de independencia de Cuba (1998) y que se exacerbaron en las décadas de 1910 y 1920 con las sucesivas intervenciones norteamericanas en Centroamérica y el Caribe. Hay que decir, con todo, que, al menos hasta el estallido de la Guerra Civil Española, en julio de 1936, esos malestares nunca pusieron en riesgo serio la colaboración “entre escritores de ambos lados del Atlántico” (Ruiz-Manjón 148-49).
Desde la fundación del Instituto de las Españas, Federico de Onís desplegó un trabajo febril, creando clubes para profesores de lengua castellana, propiciando la edición de textos para la enseñanza de esta lengua y también liderando publicaciones especializadas como la Revista Hispánica Moderna, cuya vida se extendería por veinte años (1934-1954). En esta revista se editaron números de homenaje a una multiplicidad de escritores clásicos y contemporáneos que habían producido obras en español y en portugués. Entre los autores y autoras emergentes en los años 1920 y 1930, se contaron narradores, ensayistas y también poetas, entre ellos, Federico García Lorca, Pablo Neruda, Pedro Salinas y Gabriela Mistral 15 .
Otro de los aportes significativos de Onís fue la elaboración de su Antología de la poesía española e hispanoamericana (1882-1932), que publicó el Instituto de Estudios Históricos de Madrid en 1934. En esta antología, el filólogo procuró reunir lo mejor de la lírica en lengua castellana entre el modernismo y las vanguardias, y trazar coordenadas interpretativas sobre estos movimientos. Si bien sus caracterizaciones no estuvieron exentas de polémica, en general el libro tuvo buena acogida del público y la crítica tanto en Hispanoamérica como en España (García Morales 503-04). Uno de los rasgos interesantes de la antología es que dedica una sección especial a la “poesía femenina” hispanoamericana, visibilizando y valorando las creaciones de siete poetas: la mexicana María Enriqueta, la cubana María Villar Buceta, las uruguayas María Eugenia Vaz Ferreira, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou, la argentina Alfonsina Storni, y la chilena Gabriela Mistral 16 . Milena Rodríguez Gutiérrez (cit. en Pleitez Vela 42) destaca el gesto de Onís, quien logra evidenciar no solo la novedad de la irrupción de las poetas sino también su actitud rebelde.
En su antología, Onís recoge diez poemas de Desolación 17 y agrega un comentario crítico que más tarde reproduce de forma completa en su ensayo “Gabriela Mistral” (1945), escrito en ocasión de la obtención del Premio Nobel por parte de la poeta. En ese texto, Onís ponía el acento en una serie de tópicos que se alineaban con el tipo de recepción que tuvo la obra y la persona de Mistral en la escena cultural de los años treinta: la mezcla de dureza y dulzura en su dicción poética, la pasión y el dolor por la desolación íntima y la maternidad malograda, así como la sublimación que transmutaba esas frustraciones en una preocupación por los niños y seres desvalidos. Según el crítico, todo ello derivaba en una poesía de desborde emocional, donde “se encuentra siempre, no se sabe a través de qué esfuerzos recónditos, la justeza de la expresión en las palabras de sabor más íntimo y universal de la lengua castellana” ( Onís, “Gabriela Mistral” 666).
3. SOBRE UNA AMISTAD LITERARIA: FEDERICO DE ONÍS Y GABRIELA MISTRAL
Luis de Arrigoitía (“Federico de Onís” 32) ha analizado la amistad literaria que unió a Federico Onís con Gabriela Mistral a lo largo de los treinta y cinco años que se extienden desde 1921 hasta la muerte de la poeta en 1957. Fue un vínculo sostenido esencialmente desde la correspondencia, pero que también incluyó algunas reuniones. La primera de ellas ocurrió en México, en 1922, país en el que ambos coincidieron: Mistral se encontraba trabajando para Secretaría de Instrucción Pública junto a José Vasconcelos; y, por su parte, Onís había sido invitado a enseñar en una Escuela de Verano para extranjeros organizada por el estudioso dominicano residente en México, Pedro Henríquez Ureña. Si bien este primer contacto en persona no cumplió con las expectativas de Mistral y Onís, según Arrigoitía (38), el desacuerdo no fue personal sino político y habría derivado de las visiones contrapuestas que la poeta y el crítico tenían entonces sobre la situación latinoamericana. Al respecto, le escribe Mistral a de Onís en una carta de enero de 1923:
Quedó en mí la impresión desgraciada de que en las dos ocasiones en que hablamos la discusión se hizo agria, no por parte de nosotros dos, por cierto, y creó obstáculos para la comprensión nuestra, que debió ser grande y hermosa […] Puede ser que la vida consienta que volvamos a hablar en este mundo que al fin no es tan grande. (cit. en Arrigoitía 38)
Ese desencuentro puntual no hizo mella en una relación que se fue construyendo en la colaboración y el mutuo afecto, y que se consolidó con sucesivos encuentros, el tráfico epistolar, los proyectos editoriales compartidos y un diálogo permanente en torno a preocupaciones comunes. Arrigoitía (32-34) documenta la existencia de veintinueve cartas intercambiadas entre ambos escritores en el archivo del Seminario de Estudios Hispánicos “Federico de Onís” de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras 18 . Agrega, asimismo, que esa correspondencia se concentra en ciertos hitos clave: el proceso de publicación de Desolación (1921-1922), el encuentro en México (1922) y otros en Nueva York (1924 y 1930), la publicación de la Antología de la poesía española e hispanoamericana (1934), la edición del número-homenaje a Mistral en la Revista Hispánica Moderna (1937), la Guerra Civil española y el apoyo a los exiliados (1936-1940), el viaje de Mistral a Brasil en 1938 y su posterior estadía en ese país (1940-1945), la publicación de Tala (1938) y el otorgamiento del Premio Nobel a Mistral ( 1945). El propio Onís comenta en su ensayo de 1945 que, a pesar de la distancia impuesta por los desplazamientos de Mistral por América y Europa, “la sentía siempre muy cerca, a través de sus cartas, de sus recados, de sus artículos en periódicos y revistas, sirviendo para mí como para tantos otros, de guía certera en todos los problemas de América vistos en sus proyecciones universales” (“Gabriela Mistral” 665).
Por su parte, Mistral no solo estuvo siempre atenta al intercambio epistolar con Onís, sino que ella misma le dedicó al crítico un ensayo a propósito de la aparición de su antología –“Recado sobre una antología y un antólogo”– que se publicó en Madrid en septiembre de 1935 19 . En ese texto, junto con destacar la dedicada labor de Onís, Mistral observaba el logrado equilibrio que mostraba la obra entre erudición y divulgación. Y, si bien reprochaba ciertas ausencias en la antología –la del peruano Ventura García Calderón y la de varios autores de Chile, Colombia, Puerto Rico y Centroamérica–, valoraba su visión teórica sobre el desarrollo de la poesía española e hispanoamericana en la vuelta del siglo XIX al XX, juzgando que significaba un avance para la difusión del corpus poético hispánico e hispanoamericano. Apunta Mistral: “Deja muy lejos en calidad y eficacia a la famosa Antología de Menéndez Pelayo, la reemplaza en lo que ella tuvo de bueno, que era el acarreo de materiales, pero la rebalsa en calidad de juicio, allá muy roma y aquí siempre aguda” ( Mistral, “Recado”).
4. LA GÉNESIS DE DESOLACIÓN (1922)
Volviendo al vínculo que unió a Federico de Onís y Gabriela Mistral por tantos años, su punto de partida fue la propuesta que el filólogo le hizo a Mistral, en 1921, para publicar su primer poemario en los Estados Unidos. Ese contacto estuvo motivado por la curiosidad que despertó en él una reseña sobre la poesía de Gabriela escrita por Arturo Torres Rioseco, poeta y profesor chileno que por esos años enseñaba en la Universidad de Minnesota 20 . Ese interés se prolongó en una conferencia que ofreció Onís sobre Mistral, a comienzos de 1921, para un grupo de profesores de español y que él describe como el marco en el que se gestó la publicación de Desolación. Así rememora esa escena en su libro España en América:
Mi primer contacto con ella [Mistral] fue la lectura de aquellas pocas poesías suyas que hacia 1920 traspasaron las fronteras de Chile y se reprodujeron en periódicos de América y España. Tuve entonces la impresión inequívoca de encontrarme ante un valor nuevo de primer orden en la literatura de nuestra lengua. Prueba de ello es que muy pronto, en febrero de 1921, di una conferencia en el Instituto Hispánico de la Universidad de Columbia acerca de esta escritora nueva desconocida entonces para el gran público. Los estudiantes y maestros norteamericanos de español que lo formaban, al saber que las poesías de aquella escritora, amada por ellos desde el primer momento como escritora y como maestra, eran inaccesibles por no haberse publicado en forma de libro, decidieron espontáneamente hacer una edición de ellas, dando así expresión a su admiración y simpatía por la compañera del Sur. Así nació la primera edición de sus poesías conjuntas bajo el título Desolación, hecha con el consentimiento de la autora, que yo obtuve dirigiéndome a ella en nombre de los maestros norteamericanos de español. Y este fue el primer contacto personal que con ella tuve. (665)
Aunque en su relato Onís transfiere la iniciativa de la publicación del libro de Mistral a los estudiantes y maestros norteamericanos de español que habían asistido a su charla, fue él mismo quien tomó contacto directo con la poeta en 1921, enviándole una carta (sin fecha), dirigida a la ciudad de Punta Arenas 21 . En ella le proponía la idea de reunir su poesía completa en un volumen, le solicitaba el envío de los textos que lo conformarían y le entregaba detalles acerca del contrato, la distribución y la venta de los ejemplares:
Si Ud. está dispuesta a aceptar dicho homenaje y debe estarlo por lo que significa de verdadero amor al espíritu español le agradecería mucho me lo comunicase así i me enviase al mismo tiempo todas las poesías suyas que deben entrar en la edición. Nuestro deseo es que ésta contenga todas las que haya Ud. escrito hasta ahora, publicadas o no.
Por su parte, Mistral respondió a esta misiva desde Santiago de Chile, el 14 de diciembre de 1921, aceptando la propuesta en virtud de dos razones: por un lado, porque no quería verse sorprendida con la eventual publicación de un libro no autorizado, que incluyera materiales que deseaba eliminar; por otro lado, porque el ofrecimiento le llegaba en un momento particularmente complejo, debido a una campaña en su contra desatada en Chile, que ella quería contrarrestar.
Su carta llegó a mí en una hora harto amarga. Maestra no titulada, mi último ascenso provocó en mi país una campaña, posiblemente justa, pero en todo caso innoble, de parte de algunos profesores […]
Nunca he creído en el mérito de mi obra; he creído, sí, que hay en ella una potencia de sentimiento que viene de mis dolores; he pensado que podría, en parte, consolar; en parte, confortar a los que sufren menos.
Van mis originales, i va con ellos la expresión de una gratitud mui sincera, mui honda, para Ud. i para esos maestros que hablan mi lengua i que, viviendo entre una raza que muchos llaman materialista, han reconocido alguna virtud purificadora en el canto de una lejana. Dígales Ud. que no como un homenaje, sino como una ternura, he aceptado su dón.
En un gesto habitual en ella, Mistral apelaba a la falsa modestia (“Nunca he creído en el mérito de mi obra”), al tiempo que, en una misiva posterior fechada ese mismo día, ostentaba una lista de las casas editoriales de distintos países que le habían ofrecido la publicación del libro, lo que aparentemente ella no había aceptado. En esta carta también refería su deseo de incluir textos en prosa en el volumen y las misivas intercambiadas con Onís a la manera de un prólogo, lo que finalmente no se concretó.
Sería un volumen mixto, de verso i prosa. No me resisto a dejar toda la prosa, porque en esa parte está lo más sano de mi producción, i tampoco sería posible pedirles que me publicasen dos libros. […] le pido a usted coloque como Prólogo de la obra las cartas suya i mía que van en el legajo, a fin de justificar esta publicación, que yo siempre he rehusado. La editorial México, de ese país; la Cervantes, de Madrid; la América Latina, de Paris, la Atlántida, de la Arjentina i dos de mi patria me la han solicitado. Sólo podía moverme a aceptar una cosa tan bella i tan noble como el ofrecimiento de ustedes, i sobre todo, la hora en que llegó, amarga para mi.
Finalmente, en una carta manuscrita a Robert Williams, bibliotecario y miembro del Consejo Directivo del Instituto de las Españas, fechada en 1924 y transcrita también por Covarrubias, Mistral expresaba su satisfacción por la calidad del libro editado, como por la gentileza de su editor, quien le había dado un trato que se contraponía al recibido en su propio país: “al Sr. Onís escribí largamente sobre la impresión del libro, que ha sido enteramente de mi agrado por su sobriedad, su humana calidad i su sencillez. Me ha dejado verdaderamente contenta”.
5. LA CONCRECIÓN DEL PROYECTO EDITORIAL
La primera edición de Desolación está localizada en la ciudad de Nueva York y fechada en 1922, figurando como editor responsable el Instituto de las Españas en los Estados Unidos y como impresores la casa Carranza & Company, Inc. de Nueva York. El volumen consigna, asimismo, que los derechos de la obra, para todos los países, quedaban reservados a la autora.
El libro se compone de un conjunto de textos poéticos y en prosa, y también incorpora una serie de paratextos. El primero de estos últimos es una sección introductoria (“Palabras preliminares”), suscrita por el Instituto de las Españas, donde se relatan los prolegómenos que condujeron a la publicación del poemario, así como la participación de Federico de Onís y la buena acogida que había tenido Mistral entre los docentes norteamericanos, en su doble condición de poeta y maestra. Se destaca, en particular, la recepción del poema “Oración de la maestra”, que había generado un especial interés de los profesores en la obra mistraliana. A este prólogo sigue una dedicatoria de la poeta, dirigida al entonces Ministro del Interior del Presidente Arturo Alessandri, Pedro Aguirre Cerda, y a su esposa, Juana A. de Aguirre, a quienes identifica como figuras protectoras (“a quienes debo las horas de paz que vivo”; Mistral s. p.)22. Finalmente, el volumen se cierra con un texto breve titulado “Voto”, firmado con las iniciales de la poeta (G. M.), donde ella hace una reflexión metapoética sobre su obra, calificándola de “libro amargo” y señalando que correspondía a un pasado doloroso que deseaba superar. Agregaba, además, que las duras experiencias vividas le habían infundido tonos trágicos a su dicción poética: “[la poesía] se ensangrentó para aliviarme” ( Mistral, Desolación 243).
El libro se compone de un conjunto de textos poéticos y en prosa, y también incorpora una serie de paratextos. El primero de estos últimos es una sección introductoria (“Palabras preliminares”), suscrita por el Instituto de las Españas, donde se relatan los prolegómenos que condujeron a la publicación del poemario, así como la participación de Federico de Onís y la buena acogida que había tenido Mistral entre los docentes norteamericanos, en su doble condición de poeta y maestra. Se destaca, en particular, la recepción del poema “Oración de la maestra”, que había generado un especial interés de los profesores en la obra mistraliana. A este prólogo sigue una dedicatoria de la poeta, dirigida al entonces Ministro del Interior del Presidente Arturo Alessandri, Pedro Aguirre Cerda, y a su esposa, Juana A. de Aguirre, a quienes identifica como figuras protectoras (“a quienes debo las horas de paz que vivo”; Mistral s. p.) 22 . Finalmente, el volumen se cierra con un texto breve titulado “Voto”, firmado con las iniciales de la poeta (G. M.), donde ella hace una reflexión metapoética sobre su obra, calificándola de “libro amargo” y señalando que correspondía a un pasado doloroso que deseaba superar. Agregaba, además, que las duras experiencias vividas le habían infundido tonos trágicos a su dicción poética: “[la poesía] se ensangrentó para aliviarme” ( Mistral, Desolación 243).
En cuanto al material creativo, se organiza en siete secciones, cuatro de las cuales se numeran en romanos, donde se incorporan los 73 poemas compilados (algunos de ellos son dípticos o trípticos) y 18 prosas poéticas de variada extensión y condición genérica (prosas líricas, poéticas, narraciones infantiles, reflexiones y comentarios de textos). Según Arrigoitía (“Federico de Onís” 36), la definición de la estructura del libro se debió en buena medida a Federico de Onís, quien desde un rol de mentor habría conducido “con mano diestra y amiga los titubeos e inseguridades de la maestra del Ande chileno”. Sea correcta o no esta apreciación, lo cierto es que el editor parece haber tenido una participación importante en la definición de las secciones del volumen, que, con pocas variantes, han perdurado hasta el día de hoy 23 .
Estas son: I. Vida (18 poemas), II. La escuela (3 poemas) e Infantiles (16 poemas), III. Dolor (25 poemas, incluidos “Los sonetos de la Muerte”), IV. Naturaleza (11 poemas), Prosa (13 textos) y Prosa escolar–Cuentos escolares (5 textos).
La producción del libro tuvo lugar en 1922 y, en una carta a Mistral del 22 de marzo de ese año, el editor le informaba a la autora sobre los avances realizados, agregando algunas precisiones sobre el diseño del volumen y la revisión de los originales:
Constará al principio del libro en una página la Dedicatoria de los maestros de español. Se publicarán además las dos cartas, de V. tal como está, la mía con algunos cambios de detalle que ha introducido el tiempo [estos textos finalmente no se incluyeron]. […] La edición la costeará el Instituto de las Españas; no queremos pedir a los maestros otra contribución que la de adquirir un ejemplar. El Consejo del Instituto fijará precio al libro en una de sus primeras reuniones y acordará también el tanto por ciento que se destinará al pago de sus derechos de autor, que será el más elevado que se pueda, sin duda mayor que el que pagase ninguna casa editorial. […]
No tenga V. temores por la corrección de pruebas. Yo mismo las veré, como V. me pide, y le respondo que no habrá erratas. También se las enviaremos al Sr. Torres Rioseco. […] 24
El libro llevará las ilustraciones que V. envió (para algunas utilizaremos mejores fotografías). Además, aunque V. no lo indica, queremos publicar también su retrato. (Edición facsimilar en Arrigoitía, “Federico de Onís” 36).
Por su parte, Mistral, en una carta del 17 de enero de 1923, le expresaba a Onís su satisfacción con la obra y los materiales visuales incluidos –esencialmente, un bello retrato a lápiz de la poeta con su firma autógrafa, que se colocó en la contratapa–, pero también le señalaba el hallazgo de erratas significativas: “solo hay dos cosas graves en errores: un exprimir que es oprimir en el ‘Nocturno’, y cosas del ‘Poema del Hijo’ que yo había corregido después del envío de los originales” (en Arrigoitía, “Federico de Onís” 37).
Por su parte, Mistral, en una carta del 17 de enero de 1923, le expresaba a Onís su satisfacción con la obra y los materiales visuales incluidos –esencialmente, un bello retrato a lápiz de la poeta con su firma autógrafa, que se colocó en la contratapa–, pero también le señalaba el hallazgo de erratas significativas: “solo hay dos cosas graves en errores: un exprimir que es oprimir en el ‘Nocturno’, y cosas del ‘Poema del Hijo’ que yo había corregido después del envío de los originales” (en Arrigoitía, “Federico de Onís” 37).
En la misma misiva Mistral agradece las palabras preliminares y lamenta no haber podido agregar unas propias como introducción al libro, debido a la premura del tiempo. No obstante, pese a esta visión en general positiva, en una carta posterior, del 14 de diciembre de 1923, Mistral le refiere a Onís ciertos problemas relacionados con el libro, en particular, la escasa distribución que estaba teniendo en los Estados Unidos y el atraso en los pagos de los derechos de autoría. El problema de dinero parece haber sido particularmente complejo para la escritora en esa coyuntura debido a que, tras la salida de su mentor José Vasconcelos del gobierno de Álvaro Obregón, tuvo que dejar su puesto en el gobierno mexicano y decidió abandonar el país. Dice Mistral en su carta:
Por el movimiento revolucionario del que Ud. ya tendrá noticias, salgo para ésa [Nueva York] en los primeros días de enero. La situación del gobierno hará que yo no acepte de él ningún recurso económico. Así, he pensado en la cuota –pequeña pero alguna– que me dará mi libro en su ed. yankee. Solo he recibido 35 dólares, correspondientes al semestre último del año pdo. El semestre primero del pte. no me ha sido abonado. Por poco que eso sea, será valioso para mí en esta circunstancia. (En Arrigoitía, “Federico de Onís” 40)
Tras la inesperada partida de México, Mistral viajó a Nueva York, donde publicó un artículo sobre cristianismo de sentido social, y a Washington DC, donde dictó una conferencia en la Unión Panamericana 25 . Sus relaciones con el gobierno de Álvaro Obregón, sin embargo, no parecen haberse deteriorado seriamente dado que recibió apoyo oficial para viajar a Europa (Ulloa Inostroza 281). Esta gira la llevó a Italia, Suiza, Francia y España, donde recibió una cálida acogida y fue homenajeada por un grupo de escritores españoles (Arrigoitía, “Federico de Onís” 14). Es más, avalada por el juicio favorable que estaba recibiendo Desolación y la proyección que había conseguido como publicista y partícipe del proyecto educativo de la Revolución Mexicana, pronto recibió la oferta de editar un segundo libro: Ternura. Canciones para niños. Este volumen de rondas, que reeditaba varios textos publicados antes en Desolación, apareció en la capital española en 1924 bajo el sello editorial de Saturnino Calleja.
En 1925, Mistral regresó al Cono Sur, pasando brevemente por Montevideo e instalándose en Chile, donde en 1923 se había publicado la segunda edición de Desolación –la primera edición chilena, realizada por la Editorial Nascimento de Santiago–, que contó con un breve prólogo del narrador Pedro Prado titulado “Al pueblo de México”. En 1926 aparecería la tercera edición, también publicada por Nascimento, con un estudio preliminar de Hernán Díaz Arrieta (Alone), que se había publicado previamente en el diario La Nación y cuya inclusión fue solicitada por la propia poeta 26 . Ese mismo año, sin embargo, Mistral dejó nuevamente su país, y acompañada por Palma Guillén, quien había sido su asistente durante su estadía en México y en su primera gira europea, se instaló en París para asumir la jefatura de la Sección de Letras del Instituto de Cooperación Intelectual de la Sociedad de las Naciones 27 . De ahí en más, su carrera literaria, intelectual y diplomática se desplegaría a nivel internacional y solo retornaría a Chile por breves lapsos en 1938 y 1954 28 .
CONCLUSIÓN
En este texto exploré el modo en que se construyó la figura o escenificación autorial de Gabriela Mistral en torno al momento de publicación de su primer poemario, Desolación, en la ciudad de Nueva York, en el año 1922. Asimismo, me interesó reconstruir las circunstancias que condujeron a esa primera edición, analizando el papel jugado en ella por Federico de Onís, creador del Instituto de las Españas de la Universidad de Columbia, con quien Mistral mantuvo una productiva amistad literaria que abarcó más de tres décadas.
Lucila Godoy Alcayaga, una joven con dotes poéticas e intelectuales que había crecido en un ambiente poco favorable para sus inquietudes, como lo eran los pueblos del valle del Elqui chileno a comienzos del siglo XX, tuvo una iniciación literaria sumamente difícil. Dos pasos fueron relevantes para posibilitar el avance de su carrera: por un lado, su habilitación como Profesora de Estado, en 1910; por otra, su labor como docente y directora de establecimientos escolares en distintas ciudades de Chile por los siguientes diez años. A partir de esos pilares, ella logró la autonomía personal y profesional y la base material necesarias para sustentar su dedicación a la literatura.
El hito más importante en el trayecto que llevó a Mistral a la publicación de Desolación fue la obtención, en 1914, de la distinción máxima en los Juegos Florales de Santiago de Chile por su tríptico “Los sonetos de la muerte”. Ese logro le otorgó visibilidad nacional, aunque también dio pie para una serie de conflictos con un campo literario chileno emergente que acusaba claros sesgos elitistas, conservadores y androcéntricos. No obstante, Mistral también supo ganarse la amistad de personas prominentes en Chile, quienes, como Pedro Aguirre Cerda, le ayudaron a sortear muchas dificultades y le brindaron un apoyo incondicional de allí en más.
El reconocimiento derivado del triunfo en los Juegos Florales también le abrió a Mistral oportunidades para proyectar su figura fuera de las fronteras nacionales, según se comprueba en las numerosas referencias a la poeta y su obra que pueden encontrarse en revistas de la época, especialmente en publicaciones periódicas argentinas y en la revista costarricense Repertorio Americano, fundada en 1919. Esas plataformas internacionales fueron fundamentales para la definición de la escenificación autorial de Mistral como una poeta e intelectual de relevancia en el continente entre fines de la década de 1910 y el comienzo de la de 1920. Esa proyección derivó en que fuera invitada por el gobierno de México, en 1921, para colaborar junto al Secretario de Instrucción Pública José Vasconcelos en el proyecto educativo de la revolución, para lo cual se instaló en ese país entre 1922 y 1924.
Ahora bien, pese a que Mistral se legitimaba a nivel continental, no contaba aún con un libro que reuniera la cuantiosa obra poética y en prosa que había producido hasta ese momento. Era una falta que había sido percibida tanto por la poeta como por otros escritores y críticos que ya se estaban haciendo cargo de su obra en distintos países. Federico de Onís también lo advirtió una vez que conoció la poesía de Gabriela Mistral en los Estados Unidos a través del profesor chileno Arturo Torres Rioseco. Así, desde su papel de Director del Instituto de las Españas asumió la iniciativa de proponer a la poeta llevar adelante la publicación de su primer poemario, guiando la labor editorial y difundiendo la poesía de Mistral en la comunidad de hispanistas y profesores de español de los Estados Unidos. La acción de Onís fue decisiva para lograr que se concretara la publicación de Desolación, un hecho que no solo tuvo un impacto crucial en la trayectoria personal de Mistral, sino que trajo consecuencias de peso para el futuro literario del continente. Este libro, sumado a la buena recepción de sus textos poéticos posteriores (Ternura, 1924, y Tala, 1938) y a su presencia constante en la prensa y, más ampliamente, en el debate intelectual latinoamericano del medio siglo, le darían a la poeta un siempre creciente reconocimiento.
La consagración de Gabriela Mistral se coronaría el 15 de noviembre de 1945 cuando la Academia Sueca anunció al mundo que le concedería el Premio Nobel de Literatura 29 a la poeta chilena, convirtiéndola en la primera persona de nuestro continente y la primera escritora en lengua española galardonada con la distinción máxima de las letras mundiales (Arrigoitía, Pensamiento 23). La huella de Desolación y de la recepción que se había hecho de este libro atravesado por afectos intensos se trasluce en los considerandos de la distinción que la institución sueca le otorgaba a Mistral: “por su poesía lírica que, inspirada en poderosas emociones, ha hecho de su nombre un símbolo de las aspiraciones idealistas de todo el mundo latinoamericano” (mi traducción) 30 .
Resumen:
INTRODUCCIÓN
1. GABRIELA MISTRAL: DE MAESTRA RURAL A POETA E INTELECTUAL PÚBLICA
2. FEDERICO DE ONÍS: UN HISPANISTA EN NUEVA YORK
3. SOBRE UNA AMISTAD LITERARIA: FEDERICO DE ONÍS Y GABRIELA MISTRAL
4. LA GÉNESIS DE DESOLACIÓN (1922)
5. LA CONCRECIÓN DEL PROYECTO EDITORIAL
CONCLUSIÓN