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Café Del Cerro: Miles de voces dirán que no fue en vano. (2022). María Eugenia Meza
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En 1982, en plena dictadura, un nuevo local en Santiago de Chile se convirtió en un centro de actividades culturales alternativas y de resistencia al régimen. El Café del Cerro llegó a ocupar un lugar literal y figurativo importante en el circuito de cultura opositora a la dictadura, junto a la revista La Bicicleta, el sello de discos Alerce, la productora Nuestro Canto y otras varias instituciones, tanto efímeras como duraderas. Estas organizaciones se cruzaban en el camino, colaboraban y compartían público. En conjunto moldeaban el ambiente sonoro de oposición cultural de la época.
Este libro, de la periodista chilena María Eugenia Meza, narra la historia del Café del Cerro. Su subtítulo, “Miles de voces dirán que no fue en vano” —tomado de una canción de Santiago del Nuevo Extremo, un grupo musical muy conocido de la época— sugiere el peso que ejerció el Café durante un período de diez años que empezaron con represión y violencia estatales, crisis económica y cesantía; años que transcurrieron entre protestas, “apertura,” Estados de Sitio y paros nacionales; llegaron a campañas para el plebiscito y, luego, elecciones presidenciales y culminaron con la transición a la democracia.
El libro contribuye al esfuerzo de ordenar e indagar las actividades político-socio-culturales durante una época muy distinta a la actual, no sólo en cuanto al entorno político sino que, también, en cuanto a los medios de comunicación disponibles. Aunque parezca obvio, vale destacar que todavía no existía internet y, por lo tanto, la comunicación social requería estrategias diferentes a las de hoy. Convocar a un público amplio o masivo era más difícil y, por parte de las autoridades, ejercer control era más fácil. Los militares establecieron una censura directa e indirecta tanto en los medios masivos de comunicación como en el ámbito del espectáculo (Donoso Fritz, 2019). Debido a la represión feroz, la censura y la resultante autocensura, quedó mucho sin decir en los medios de la época y la tarea de reconstruir la historia, aún habiéndola experimentado, como es el caso de la autora del libro, requiere un esfuerzo transversal.
Desde el retorno a la democracia, libros, documentales y reportajes han narrado y analizado la vida en dictadura y las experiencias de las cuales no se hablaba públicamente en el momento. En cuanto a la cultura de resistencia, ha habido varias clases de publicaciones. Para nombrar sólo algunas, podemos mencionar la memoria de Eduardo Yentzen (2014) —uno de los fundadores de la revista La Bicicleta— y la de Jorge Venegas (2010), participante de la grabación clandestina del casete Camotazo de música de apoyo a la resistencia poblacional. Están, también,las investigaciones académicas sobre la Agrupación Cultural Universitaria (Muñoz Tamayo, 2006) o los flujos de la música popular (González, 2017). Entre los tratamientos periodísticos se destacan El Canto Nuevo Chileno (Díaz-Inostroza, 2007) y pasajes de Canción Valiente (García, 2013) y La era ochentera (Contardo & García, 2009). Ecos del tiempo subterráneo: Las peñas en Santiago durante el régimen militar (1973-1983) (Bravo Chiappe y González Farfán, 2009) traza las peñas precarias que, entre represión “legal, física, y psicológica” (pp. 92-109), intentaban mantener o resucitar la tradición de música de contenido social durante los primeros años de la dictadura. Al final de ese libro aparece mencionado el Café del Cerro.
Donde termina Ecos empieza Café del Cerro. El libro posiciona el Café dentro de su momento histórico. “Había miedo,” empieza, “Los 80 en Chile … fueron años duros” (p. 29). Luego, resume las actividades del Café situadas en su contexto. O, más bien, en sus contextos: las condiciones cambiantes de la década.
La propuesta de los fundadores del Café era la de establecer un local con un “modelo de gestión muy diferente a lo que había en esa época” (p. 24): que se operara como negocio formal con todos los papeles en orden, trabajadores asalariados, funciones durante toda la semana, criterios profesionales de sonido, gastronomía y administración, y con la cuidadosa selección de artistas. Es decir, “no … reemplazó” a las primeras peñas en dictadura, sino que, más bien, “abrió un nuevo espacio” (p. 270).
Ese espacio se convirtió en un lugar apto para presentaciones de una variedad de géneros, primero entre ellos el Canto Nuevo chileno. El Canto Nuevo era el descendiente en dictadura de la Nueva Canción Chilena, la música militante con raíces folklóricas que tuvo su auge durante la presidencia de Salvador Allende y que fue brutalmente silenciada en 1973 con el golpe de Estado. Los pocos músicos de la Nueva Canción que se quedaron en Chile, junto con músicos jóvenes afines, ya no podían cantar “El pueblo unido jamás será vencido”, por ejemplo. Inventaron, entonces, maneras de expresar su rabia, su angustia y sus esperanzas con metáforas elaboradas y alusiones que pudieran esquivar la censura. Hicieron del Café del Cerro su hogar. Con el compromiso de los dueños de montar un negocio que pudiera “dar cabida a toda esa expresión musical que no tiene un sitio estable” (p. 94), el Café se convirtió también en una fuente de ingresos para los músicos durante un período de alto desempleo.
Entre las funciones casi diarias había poesía, danza, teatro y humor; recitales solidarios varios; lanzamientos de números especiales de la revista La Bicicleta; festivales de música joven, cantautores y payadores; y ciclos de diversos tipos de jazz. El Café, también, arrendaba piezas para talleres y salas de ensayo y, a pocos años de establecerse, la cocina, que ya servía durante las funciones de noche, se abría a mediodía para ofrecer almuerzo.
El Café, entonces, era mucho más que una sala de espectáculos. Como comenta un entrevistado, “Fue el lugar de unión de los artistas, músicos y creadores con una sensibilidad y responsabilidad social frente a los momentos críticos que el país vivía” (p. 67). Sin embargo, como revela este libro, el elenco musical fue más allá de lo contestatario. Los Prisioneros, por ejemplo, estrenaron su segundo LP Pateando Piedras en el Café y, a lo largo de los años, aparecieron gran cantidad de músicos rock, pop, y hasta salsa y hip hop. Con su “pequeño escenario” y su cabida máxima de unas 400 personas, el Café “se transformó en leyenda” (p. 30).
El Café del Cerro funcionó durante 10 años, hasta 1992. Con la democracia ya instalada en Chile, sus dueños pensaron que “su existencia no sería necesaria” (p. 313) y optaron por “cerrar el ciclo en que inventamos a tientas un lugar para el encuentro” y dedicarse a otros negocios (p. 102).
Este libro examina el lugar en todas su dimensiones, siendo un aporte significativo a la literatura sobre la vida cultural en dictadura. Cuenta una historia panorámica del Café como negocio, centro cultural y también como refugio, “un espacio abierto a la creación, un lugar de libertad en tiempos oscuros, una casa para muchos” (p. 105) y, ahora, un lugar de memoria (p. 25). Empieza con una breve pero nítida reseña del contexto histórico-político-social dentro del cual el Café existía. Luego, destrenza los temas y trata por separados los orígenes, la gestión, la programación, los protagonistas, los artistas, el público, las tensiones permanentes con las autoridades, la cobertura periodística de la época y el circuito de cultura del cual el Café era parte clave.
La investigación que hizo la autora abarca diversas fuentes. Éstas incluyen los archivos y bitácoras guardados por los dueños del Café, con recortes, afiches y cifras de asistencia y finanzas; tratamientos contemporáneos e históricos en medios masivos y sociales; escritos académicos y más de cien entrevistas con toda clase de personas relacionadas con el Café, desde los dueños, trabajadores, artistas, y periodistas, hasta miembros de su público.
El libro se presenta en dos tomos, el primero impreso, con los temas ya mencionados, y el segundo en formato electrónico que se puede bajar por el sitio web asociado con el libro, con un examen casi exhaustivo de los artistas que aparecieron en el Café. Mención aparte merece el aspecto visual tanto del libro como del sitio web. Cada elemento está cuidadosamente hecho. Ambos se destacan por su elegante diseño y su riqueza de fotografías. Del Tomo I, el libro físico, sobresale la impresión de lujo, con papel de alta calidad y fotos a colores. Es una obra de arte integral que yo no quise dañar con la práctica habitual de subrayar frases o anotar en las páginas. El archivo en pdf del segundo tomo se baja con código QR proveído en el primer tomo, pero el sitio web cuenta además con clips, blog y playlist Spotify disponibles para todas y todos. El libro es comprensivo, con la intención declarada de no omitir a ningún participante. Así, provee datos que servirán a investigadores futuros. Sin embargo, no es tedioso: ambos tomos combinan narrativa, entrevistas y datos de manera ágil y entretenida.
Este libro es un importante documento de historia, con entrevistas en profundidad, un repaso meticuloso de los eventos y, sobre todo, un entrelazamiento magistral de los sucesos del Café con el trasfondo social de la época. Quienes lo lean, por lo tanto, adquieren un entendimiento profundo no sólo de la institución al centro del relato, sino también del entorno, del ambiente y de la experiencia de haber vivido esos años. En fin, de la historia chilena.
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Author
Nancy Morris
Temple University, Estados Unidos, Estados Unidos