Dentro de las narrativas históricas del arte, la historia del performance ha sido frecuentemente entendida como una
manifestación exclusivamente derivada de la creatividad occidental. Esta perspectiva ha consolidado un enfoque eurocéntrico que
invisibiliza otras genealogías posibles de esta práctica artística. Este artículo propone una revisión crítica que reconozca la matriz
colonial como parte constitutiva de la historia del performance. Se busca evidenciar cómo el performance ha estado atravesado por
dispositivos de poder que han inscrito cuerpos subalternizados en el marco de prácticas de exhibición y espectacularización. La reflexión
se construye a partir del análisis de debates teóricos contemporáneos y de momentos específicos que permiten rastrear las inscripciones
coloniales en el performance occidental. Se examinan diversas formas de exhibición que han contribuido a la configuración de un
régimen escénico colonial, tales como los gabinetes de curiosidades y las colecciones de historia natural, los zoológicos humanos y jardines de aclimatación, los espectáculos de tortura y subasta, las barracas de feria, los circos y caravanas, así como el papel del museo en la producción de una pornografía racializada. Este enfoque permite desentrañar las complejidades políticas, culturales y epistemológicas que atraviesan la práctica y la reflexión del performance. En consecuencia, se plantea la necesidad de reescribir su historia a contrapelo, incorporando voces, cuerpos y memorias históricamente subalternizadas, y reconociendo la densidad colonial que aún permea sus manifestaciones contemporáneas.